Siendo un deber oír a los candidatos, para valorar sus propuestas, estamos oyendo discursos sin pies ni cabeza -son tantas las promesas que tendríamos que elegir a todos al tiempo- no sabemos cómo van a realizar lo prometido. Algunos no entienden que gobernar un país es solucionar los retos macros. Lo demás sale por añadidura.
Resulta que la verdad en la política es lo propio del hombre: es escuchar la voz de los deberes personales, sentir los deberes, percibirlos. Esto es lo que le da dignidad al ser humano, lo que nos hace diferentes de los animales. La persona humana es tanto más digna, tanto más madura, cuanto más sentido del deber tiene.
Para vivir moralmente, oyendo la voz de los deberes, se necesita mucha fuerza. Partiendo de esa fuerza, que proviene de tener la convicción profunda de que ese modo de vivir es bueno y bello. La vida moral alcanza gran altura cuando su manera de vivir es firmemente deseada como un bien, cuando se combinan con plenitud: la voz de los deberes y de los bienes.
El deber pide una fuerza enorme cuando se aprende a amarlo como un bien. Esto es completamente distinto al estoicismo que, al cumplir con el deber apasionadamente: ama el deber por el deber. En cambio, ninguna consideración teórica puede sustituir, con fuerza, la pasión rectamente orientada. Todo auténtico, enamorado de su responsabilidad -sea presidente, o gobernador, o alcalde- tiene una fuerza para buscar el bien público, que le hace capaz de cualquier sacrificio: este es el bien común.
Siendo la persona humana un ser corporal, que tiene sentimientos: esta necesita de ellos para obrar con fuerza, con hondura y perseverancia. Una decisión aislada no basta para cumplir un deber. En cambio, si ese deber es amar como placer, se adquiere una fuerza extraordinaria para cumplirlo con toda la persona humana, con cuerpo y alma: la que quiere amar. Un profesor con vocación docente o un artesano que ama su trabajo estos son capaces de desarrollar una energía y un espíritu de sacrificio extraordinario por el afecto que siente hacia sus obligaciones. Sobre todo, no se sienten desgraciados: esto es amar el deber con cuerpo, alma y afectos profundos que refuerzan la decisión de la voluntad. Ha llegado a esa situación feliz en que el deber es amado como un bien. Esto es la plenitud humana.
Pero, no siempre tenemos un dominio fácil sobre nuestros sentimientos. Estos tienen una base corporal muy condicionada por factores incontrolables: clima, salud, alimentación…: que solo nos siguen en alguna medida. Son lentos: necesitan tiempo para aficionare a algo y sentirlo como bien. Hace falta educarlos, acostumbrarnos a amar nuestros deberes. Sintetizando: los sentimientos bien educados sostienen la vida moral. Esta es la verdad de la persona que debe gobernar.
Según Platón: el joven alabará con entusiasmo la belleza que absorbe, le dará entrada a su alma, se alimentará con ella, y se formará por este medio en la virtud “, pero antes de que le ilumine la luz de la razón, apenas haya esta aparecido, asaltará su alma y se unirá a ella.
Fuente: Juan Luis Lorda