No llegamos a este mundo por casualidad. Por más que las condiciones de nuestra concepción hayan sido dolorosas y en las circunstancias más terribles, todos los seres humanos estamos llamados a desarrollarnos y desplegar nuestro potencial, a contribuir a que la humanidad sea cada vez mejor, a que el planeta entero sea un maravilloso lugar para vivir. Estamos llamados al éxito, a brillar con luz propia. Entonces, cabe preguntarse qué es ese éxito, palabra generalmente ligada a la visibilidad y la fama, más todavía en esta era digital en la que las imágenes desbordan a los contenidos.
Para mí el éxito es cumplir a cabalidad con el Contrato Sagrado, ese que la autora estadounidense Caroline Myss nos recuerda: el pacto que firmamos con la Divinidad antes de encarnar y en el que nos comprometimos a tareas que favorecen nuestro desarrollo material y espiritual. Cuando cumplimos ese acuerdo, somos exitosos porque estamos haciendo la tarea.
El éxito también conlleva riesgos. Uno es el de perseguirlo sin alcanzarlo, como lo comenté hace dos semanas. Otro es el de quedar presos de la vanidad, esa emergencia del ego que nos puede atrapar si no estamos despiertos y nos obnubilamos por las luces, las cámaras, los aplausos y los likes. Creo que si estamos convocados a dar lo mejor de nosotros para dar cumplimiento al Contrato Sagrado, lo mínimo que se espera de nosotros es que hagamos todos los esfuerzos posibles para ello. Es un camino diferente para cada uno: algunos nunca perdieron la conexión con su Contrato, otros dieron varias vueltas y exploraron muchas rutas para encontrarlo, otros aún no se han reconectado. Tener consciencia de ese acuerdo divino y cumplirlo más que un motivo para envanecerse lo es para agradecer por la posibilidad de descubrir el sentido de la existencia, así como para apoyar a otros a que también lo encuentren y alcancen la plenitud del ser.
El éxito se da cuando una madre, en silencio, cumple la misión con sus hijos; cuando en una remota aula de clase en una zona rural un maestro acompaña a sus estudiantes a descubrir el mundo; cuando un panadero ofrece a sus clientes el mejor pan que puedan amasar sus manos, sin que necesariamente tenga millones de seguidores o las fotografías más atractivas del momento. Claro que son bienvenidos los reconocimientos; el problema es cuando trabajamos por ellos, por la ambición de ser admirados o enaltecidos y nos confundimos con nuestras máscaras.
Identificar el Contrato Sagrado, ese que el espíritu conoce y que el alma puede encontrar, es una tarea íntima, silenciosa, que no requiere aspavientos ni cumplidos. Es la conexión con la existencia en su nivel más profundo, es el diálogo interior que da frutos. Encontrar el Contrato y cumplirlo desde la consciencia atenta llena de un gozo indescriptible, que cada quien puede disfrutar. Esa conexión está libre de competencias, vanidades, estándares o uniformes, pues es la huella individual de cada ser humano. Ese éxito interior, auténtico, puede ser nuestro, aquí y ahora.