A todo lo que nos circunda, los humanos tenemos que darle un sentido profundo, si en verdad queremos restablecer la concordia en el planeta. Mirarse a sí mismo, para verse y poder oírse, puede ser un buen estímulo para comenzar a reconocerse con sentido de responsabilidad. La primera batalla, sin duda, ha de ser la de propiciar un orden social fundamentado en la ecuanimidad. Lo prioritario radica en cultivar el amor hacia toda existencia, con una adecuada distribución de los bienes, que nos ayude a levantar la cabeza y a esperar con ganas el nacimiento de un nuevo despertar. Nos merecemos disfrutar del momento, y para conseguirlo, no hay otro modo que amarse sin más.
Todo esfuerzo, en este sentido, vale la pena. Así, los moradores de todos los pueblos, han de poseer un espacio para su propio desarrollo humano. Donde no tengamos necesidad de emigrar para realizarnos, donde trabajar dignamente para quedarse sin desesperarse, donde el niño pueda ser niño, el joven ser joven, y el mayor pueda donar su experiencia. No malgastemos ninguna etapa vivencial, que hay una ley de vida, que afirma que uno debe crecer participando. Compartir es una razón más para vivir, a mi juicio la única en realidad.
Lo que no es de recibo que multitud de menores sean obligados a casarse, con terribles consecuencias físicas y psicológicas, interfiriendo en su proceso normal de recibir una educación. A los adolescentes se les explote y adoctrine como jamás, lejos de consolidar los cimientos del avance inclusivo y sostenible, con el que sueñan, a pesar de tener hambre de horizontes nuevos. O esos abuelos, que han alimentado nuestros primeros pasos, y que hoy se hallan abandonados de nuestra atención. Esto no es amor, esto es no ser nada. Si acaso, una piedra más en el camino. Para desgracia de todos, hemos de reconocer, que caminamos con una ceguera que arruina los pulsos de apego, con un malestar de locura terrible y tremenda. Sin embargo, cuando en medio de las adversidades persevera el latir de nuestros interiores, tenga la edad que se tenga, ganamos en serenidad al sentirnos acompañados, y esto sí que es un sentimiento de aprecio por anidar, mientras nos coaligamos en perenne renovación.
Renovarse o morir, como se comenta. En el fondo son las relaciones entre sí lo que da sentido hondo a la vida, lo que requiere implicarnos en los sufrimientos de los demás, comenzando por los que están más próximos a nosotros, como valor esencial de la vida en común. No olvidemos que formamos parte de un linaje, que ha de darse en continuidad a sí mismo, bajo el abecedario de la humildad y de disponibilidad a donarse. Esto también es amor de amar amor, o si quieren vida de entrega que nos fraterniza. Desde luego, esta práctica de conjugación de vínculos en la vida común, exige sacrificios notables y demanda tanta generosidad como el ejercicio natural de un serio compromiso, al asentarse desvivido por el otro. El día que la humanidad en su conjunto, active un solo latido en sus andares, lo que no significa uniformidad en la vestimenta, sino correspondencia penetrante en la visión mutua y en el acatamiento recíproco, habremos conseguido hermanarnos. Esta es nuestra gran asignatura pendiente, al movernos en el terreno de lo mediocre y en la falsedad permanente.