Fernando Navas Talero | El Nuevo Siglo
Miércoles, 8 de Abril de 2015

BITÁCORA DE LA COTIDIANIDAD

¡Descanse en paz, Maestro!

Su  naturaleza, inobjetablemente, lo hizo sensible a la belleza. Su vocación por  la justicia era  expresión estética de su sentir. Las leyes que guiaron su razón nada tenían que ver con la ciencia jurídica y si la utilizó lo hizo como el pintor apela al pincel,  el músico al arpa y el escultor al cincel Su inspiración fue el don que lo hizo sabio. Carlos Gaviria Díaz, el magíster iuris, deja una huella imborrable,  digna  de encomio; él educó con el ejemplo y vivió justamente, virtud que lo acredita como un Gran Juez.

Lo conocí cuando andariego yo por el país, como trovador sin ruta cierta, en compañía de otros apóstoles, tuve la oportunidad de sembrar, apoyado por los personeros municipales del país, la semilla de la paz, en épocas amargas de la historia, siguiendo al  Maestro a la vanguardia del movimiento, al lado de Héctor Abad Gómez, Carlos Gónima y Leonardo Betancur Taborda, entre otros. En ese tiempo era Procurador General de la Nación, otro humanista que si bien dominaba como el mejor el lenguaje del derecho, en su corazón anidaba con virtud inigualable el deseo de la paz en Colombia, pues para él, también, la justicia era una expresión de la belleza y del arte: Carlos Jiménez Gómez.

La defensa de los derechos humanos fue la consigna de estos paladines, una bandera arriada por muchos años y que a nadie se le ocurría izar, tal vez por miedo o quizá por complacencia o encubrimiento y complicidad. Tiempos aciagos aquellos en que los asesinatos se convirtieron en el pan de cada día y la indolencia de las autoridades hacía rechinar las estructuras del establecimiento. El maestro Carlos Gaviria Díaz fue pionero de ese renacer de la conciencia popular por la lucha de los Derechos Humanos. Quienes lo escuchamos fuimos seducidos por su elocuente sencillez y no podía ser de otra forma, pues su admiración por lo bello le era tan propia que jamás alardeó de docto.

Sentía la justicia, al igual que Temis vibraba con su sentimiento; la intuición era su norte y su guía. Recatado en la emoción, si el énfasis en la palabra lo invadía era solo para darle forma a la idea manifiesta y nunca para arremeter al contertulio.

La técnica del derecho era solamente una herramienta para él, un instrumento para conjugar la tríada de su sabiduría: la Justicia, el Derecho y la Ley. Con estos indelebles colores dibujo su pasión por la belleza. Ejercer su oficio mundano, el derecho, no le exigió esfuerzo, porque en su espíritu la armonía y la estética eran su condición natural. Su incursión en la política fue una decisión forzada por la angustia, la misma angustia de sus coterráneos Fernando González y Gonzalo Arango. Como todo buen poeta quería cambiar el mundo, transformarlo con amor, derrocar al pastor para liberar al rebaño.