Veda de tiburones
La ley que prohíbe la venta de cigarrillos al menudeo viene siendo actualizada por agentes del orden para efectuar batidas en tiendas y ventas ambulantes, sin piedad. Los pequeños comerciantes y, también, los fumadores insolventes son perseguidos sin tregua. El control, por supuesto, ninguna solución real aporta al problema, pues lo que en la realidad está ocurriendo es que no solamente patrocina la infracción de la norma, pues a hurtadillas se siguen vendiendo las unidades, sino que muchos que, para controlar el vicio, compraban uno que otro cigarrillo cuando la fuerza de voluntad flaqueaba, ahora hacen el esfuerzo y adquieren la cajetilla, con lo cual se genera una mayor y más intensa tentación y, por supuesto, el remedio resulta peor que la enfermedad, porque ha terminado en convertirse en estímulo para aumentar las dosis.
Contrasta la efectividad de la acción de la autoridad para controlar y exigir el cumplimiento de la ley con la indiferencia con que se mira la explotación inmisericorde de la riqueza ictiológica en los mares colombianos. La denuncia conocida por la información suministrada por buceadores rusos que en Malpelo hallaron millares de cadáveres de tiburones que habían sufrido la mutilación de sus aletas, por parte de pescadores asesinos de la fauna marina, pone al descubierto un hecho que todos saben pero que nadie se percata de tomar medidas para su erradicación y control. Hace ya varios años que las aguas marinas de Colombia son explotadas ilícitamente por pesqueros de otras nacionalidades que navegan sin estorbo gracias a la desidia cómplice de la autoridad encargada de vigilar y custodiar, salvo que se trate, claro está, de perseguir a los narcotraficantes. Y todo porque, sencillamente, esta policía piensa que no se debe gastar pólvora en gallinazos. Esa indiferencia se da igualmente con los barcos atuneros.
Ahora, controlar la pesca ilícita del atún ha sido una de las metas que se han propuesto varios países afectados con esa depredación y la veda decretada al efecto ha permitido reducir la masacre indiscriminada que se venía haciendo, pero claro, esto lo han conseguido porque los controles no se distraen en menesteres de la DEA. En Colombia, solamente dos embarcaciones se destinan para esa tarea y, por la época en que se supo de la matanza de 2.000 tiburones, la disculpa que se dio para excusar la negligencia fue que por esos días se encontraban en los astilleros en reparación.
Controlar el comercio de aletas de tiburón no es diligencia complicada, basta simplemente con clausurar los famosos restaurantes que se lucran con la venta de sus exóticos platos preparados para satisfacer la gula de sus depravados comensales. Basta actuar con la misma energía con que se persigue a los vendedores de cigarrillos al menudeo. Pero claro, no es lo mismo, pues un cigarrillo suelto vale trescientos pesos y una sopa de aletas de tiburón puede costar trescientos dólares.