Creen los izquierdistas que el incremento en la votación por Petro durante la segunda vuelta y sus ocho millones de papeletas le convierten automáticamente en jefe de la oposición.
Pero eso es falso. Petro no es el jefe único de la oposición y nada le garantiza que ese curioso escenario electoral vaya a repetirse dentro de cuatro años.
Primero, porque la izquierda en Colombia siempre ha sido carnívora, caníbal y fratricida.
De hecho, la unidad de la izquierda ha sido el horizonte mítico de una colcha de retazos que, animada por la quimera, se niega a reconocer que la única versatilidad, coherencia y disciplina que existe en Colombia es la de la derecha, materializada en el Centro Democrático.
En la práctica, Petro se encuentra desde la semana pasada rodeado de depredadores que ya están buscando la forma de relegarlo para iniciar la nueva gesta por la “liberación nacional”, cada uno de acuerdo con sus intereses.
A diferencia del uribismo, que fue capaz de crear, con Iván Duque, un liderazgo esperanzador, reformista y competitivo en solo cuatro años, la izquierda es un holograma coloreado de socialismo del siglo XXI, autoritarismo estalinista y violencia estructural (clasismo).
No en vano Petro encarna la izquierda más populista y chavista, o sea, aquella que se basa en el apoyo de la Farc (el partido), de las Farc ( la unión entre los diferentes Santrich y las disidencias ), del Eln, del Partido Comunista y del eje Caracas - Managua - La Habana.
En ese sentido, el Polo Moirista, la Alianza Verde y los ínfimos residuos de Santismo querrán tomar distancia del petrismo para liderar aquello que replican vehentemente pero que nunca han entendido: una real alternativa de poder y no una simple oposición coyuntural.
Por supuesto, Petro tratará de mostrarse como el Vladimir Lenin de la manada apelando a su histrionismo (cada vez más anticuado) y a su pasado guerrillero que todavía excita a más de un burgués poseído por el síndrome de Robin Hood.
En cualquier caso, lo que toda esa ’izquierda Frankenstein’ prefiere ignorar es que la democracia liberal occidental es altamente adaptativa, autopoiética e innovadora.
En efecto, mientras Petro se desgasta tratando de maquillarse como se maquillaron Lula da Silva y López Obrador para llegar al poder después de tres intentos fallidos, la derecha genera genuina confianza, proyecta serenidad entre los ciudadanos, recobra la seguridad perdida, establece alianzas transregionales y desenmascara al terrorismo vestido con piel de cordero.
En otras palabras, las presidenciales del 2022 serán un eslabón más de esa larga cadena de regeneración nacional que comenzó con el plebiscito del 2 de octubre, se afianzó en las primarias del uribismo, cristalizó en la alianza nacional del 11 de marzo, se fortaleció en la primera vuelta y triunfó el 17 de junio del 2018.