FUAD GONZALO CHACÓN | El Nuevo Siglo
Domingo, 8 de Abril de 2012

El trono del castillo de naipes

LA economía global es un asunto delicado y cáustico que debe ser maniobrado con la mayor de las pericias. Cualquier brusco movimiento o temerosa avanzada puede acabar con el delicado equilibrio que mantiene unidos a los diversos mercados del planeta, lo cual daría como resultado un cataclismo de proporciones inconmensurables, un lujo que el convaleciente sistema financiero del mundo no se puede dar en momentos como estos donde está siendo dado de alta y despidiéndose de la sala de cuidados intensivos.

Ante este panorama minado y plagado de pesimismo llega la elección del nuevo presidente del Banco Mundial, un cargo de la alta burocracia internacional que es apetecido por muchos, pero que históricamente ha sido ocupado por el candidato de los Estados Unidos. Es por ello que todos dan por sentado que el médico (sí, médico) Jim Yong Kim, candidato de Obama y su pandilla, será elegido casi que por unanimidad. ¿Pero tiene Estados Unidos autoridad moral para designar al nuevo regente de tan vital órgano con el desastroso historial de sus finanzas caseras?

Luego de la apoteósica bancarrota mundial de 2008 pudimos evidenciar cómo la economía es un frágil castillo de naipes donde cada país es una carta más. Lógicamente las potencias están en la base de la estructura y soportan a las naciones emergentes, por ello un estornudo de China, Alemania o Francia les da gripa a los demás. A pesar de esta cadena de contagios, Estados Unidos tuvo la culpa exclusiva de la recesión que cobró millones de empleos y pérdidas incalculables, pues fue la desidia de una corrupta Wall Street, junto a sus medidas suicidas de desregulación económica, el catalizador de la crisis más grande nunca antes vista desde la Gran Depresión del 29. Paradójicamente, los responsables de aquel apocalíptico año hoy trabajan para el Gobierno americano, acumulan fortunas y se toman impunes ‘güisquis’ en las rocas con sus amigos banqueros.

Pero mientras las bolsas de valores americanas, europeas y asiáticas ardían en zozobra, la situación en América Latina era distinta. Las economías del patio trasero no crecieron como se esperaba, pero se mantuvieron al alza, hicieron bien la tarea y salieron mejor libradas tras la tormenta que sus colegas del norte, a quienes de nada les sirvió las constantes calificaciones “AAA” de las cómplices agencias de riesgo. Aún así, el mundo parece no haber aprendido y quiere entregarle el Banco Mundial en bandeja de plata al médico de Obama (por favor, ¡ni siquiera es economista!) y de lo que pase será también culpable nuestro Gobierno por darle la espalda a José Antonio Ocampo, la apuesta colombiana en la que cree Brasil y República Dominicana, pero no su propio país, por respaldar a Angelino Garzón en la OIT, como si sus posibilidades fueran mayores.

Como nunca antes, estamos cerca de ocupar el trono del castillo de naipes y castigar a Estados Unidos por jugar irresponsablemente con todo el mundo, literalmente. Si sucede todos subirán al bus de la victoria, demostrando que nadie es profeta en su tierra.