Los magos del silencio
Cierre los ojos por un momento e imagine que, gracias a un consenso global, cada país ha escogido a su mejor mago para que lo represente ante los demás. Sólo son 200 los ungidos para esta labor de tan alta alcurnia, un honor que le llena de orgullo desde la capa hasta el sombrero de copa. Ser uno de estos magos tiene muchas ventajas, fuera de viajar por todo el mundo y ser recibido por las más importantes autoridades de cada nación, pues la calidad adquirida le faculta para llevar a cabo el truco supremo de la prestidigitación, mil veces mejor que cortar a la modelo por la mitad o sacar al conejo de la chistera: materializar cosas sólo con la palabra.
Este panorama, a primera vista utópico, no dista mucho del que viven día a día los ministros de relaciones internacionales, mejor conocidos por todos como “cancilleres”. Son ellos los magos modernos del Estado que desempeñan una labor de extremada delicadeza y volatilidad, aunque algunos quieran vituperarla y demeritarla haciéndola pasar por un oficio simplemente light o cosmético, ya que ellos, al igual que el Presidente, son la voz autorizada de Colombia en el extranjero. Imperioso es que anden siempre con pies de plomo y avancen de puntillas por el escabroso y minado terreno de las relaciones internacionales. Tienen muchos trucos en su repertorio, pero así como un paso certero puede desactivar a tiempo una inminente bomba diplomática con algún vecino, un tropiezo puede iniciar el cataclismo entre naciones.
Y esto no es todo, pues ellos son los guardianes portadores del antiguo arte de la materialización al que hice referencia. Todo lo que brote de sus labios es una declaración unilateral de voluntad que inmediatamente se convierte en obligación para Colombia hacia su destinatario. Por esta razón, no sólo debe contarse con una persona carismática e ilustrada para tal cargo, sino también con alguien extremadamente prudente, un funcionario lo suficientemente calmo para procesar el contenido de sus comentarios con la diligencia debida y le ahorre al país grandes vergüenzas fuera de sus fronteras. Se necesita, entonces, un docto del silencio, cuyo mejor truco sea escuchar antes que hablar.
Los ejemplos de malos prestidigitadores abundan en la literatura académica, incluso Colombia tuvo a uno muy recordado en las clases de Derecho Internacional, pues gracias a su inhabilidad para morderse la lengua, terminó por regalar el Archipiélago de Los Monjes. Preocupan, entonces, las últimas salidas en falso de la canciller Holguín, su optimismo frente al litigio contra Nicaragua es contagioso y su afirmación sobre la equivalencia 1:1 entre los hombres y la prostitución es interesante, pero no es el tipo de comentarios que se esperaría del segundo rostro oficial del país en el exterior. A pesar del excelente trabajo que venía ejecutando y de los entuertos con la vecindad que logró aliviar, debe valorar más su silencio so pena de que el show deba continuar con otro mago en escena.