Le bastó a un tal Santayana decir que “el pueblo que no conoce su historia, está condenado a repetirla”, para hacerse célebre y más citado que pensadores de mayor prosapia. Pero es que semejante aserto es como una autoprofecía que se cumple sin falta porque la historia es circular y se repite una y otra vez.
En 1956, para no ir muy lejos, María Eugenia Rojas de Moreno Díaz, la hija del dictador Gustavo Rojas Pinilla, fue silbada en la plaza de toros de Bogotá. Fue el domingo 29 de enero. Ya María Eugenia no era una “Nena”, como le decían, sino una mujer hecha y derecha, que estaba casada y asesoraba la administración de su padre.
El general Rojas tuvo sus logros, pero rápidamente se le subieron los humos a la cabeza. Por ejemplo, en tiempo récord alcanzó a pacificar el país, lo que no parece posible con la pretenciosa “paz total” de Petro, y le dio vía libre a una gran cantidad de obras públicas como ningún otro gobernante ha podido hacer en Colombia. Se creía digno de agradecimiento; por eso, de la rechifla pasó a la venganza.
Según versiones apócrifas, al domingo siguiente, el 5 de febrero, organismos de inteligencia del Estado se tomaron las gradas de La Santamaría para moler a golpes a todo el que se negara a vitorear al presidente y a su hija, quienes no estaban en la plaza. Se dice que en media hora se produjeron entre una decena y medio centenar de muertos. No obstante, otra versión dice que ese día no ocurrió nada distinto a una excelente corrida de toros. Hoy la historia parece repetirse.
El pasado sábado 11 de noviembre se llevó a cabo la ceremonia de inauguración de los Juegos Nacionales en el estadio Hernán Ramírez Villegas de Pereira. En el acto, la ministra del Deporte leyó un discurso de una manera tan accidentada que dejó la impresión de estar bebida, drogada o de estar siendo víctima de un ataque cerebro vascular. También podría tratarse de un caso de analfabetismo, de dislexia o de no saber leer bien. Lo cierto es que no fue chiflada solo por su manera de leer, la silbatina fue peor cuando mencionó la «paz total» y cuando se refirió a las cabezas del Gobierno: la vicepresidenta Francia Márquez y el señor Petro.
Ahora, con una desaprobación del 64% en las encuestas, que luce muy generosa ante los catastróficos resultados, el gobernante sabe muy bien que el rechazo de las multitudes en el estadio Metropolitano de Barranquilla, antes del partido entre las selecciones de Colombia y Brasil, no fue contra su hija sino contra él, cosa que cobardemente ha querido tergiversar. La hija de Petro es una colegiala que pasa desapercibida, y los abucheos se iniciaron cuando su mujer, la polémica Verónica Alcocer, ingresó a la tribuna. Todos asumieron que el repudiado Petro estaba ahí.
Y no cabe duda de que en los casi 1.000 días que le quedan en el poder, este coro se escuchará muchas veces proferido a todo pulmón por masas heterodoxas en estadios, calles y teatros, en las plazas y en los barrios, en las ciudades y los campos, con él o sin él… Los motivos de descontento sobran y se multiplican a cada paso, como al ver que tras el partido de fútbol retornaron de Barranquilla a Bogotá dos aviones oficiales al servicio de la familia presidencial: un Boeing 737 con matrícula FAC 1212 y un Embraer Legacy 600 con matrícula FAC 1218. ¿Es que acaso son la ‘familia real’? ¿Nuestros impuestos son para que esta gente viva sabroso?
Es que a diario hay al menos una noticia que nos hace gritar ¡fuera Petro!, y anhelar su salida antes de que este gobierno desastroso acabe con el país. Los abusos y errores del Gobierno se dan por montones.
@SaulHernandezB