Mercosur ha tomado la decisión de sancionar y suspender al régimen bolivariano negándole el derecho al voto.
En la práctica, esa sanción significa que el chavismo ha quedado por fuera de la organización, independientemente de que luego pueda reintegrarse, cuando circunstancias políticas completamente distintas a las actuales así lo aconsejen.
Porque más allá de las razones técnicas que se aleguen, basadas en el incumplimiento de los compromisos adquiridos desde el 2012, lo cierto es que un grupo de países democráticos no puede tolerar que una dictadura se escude en las fachadas del sistema internacional para afianzarse impunemente en el poder.
Obviamente, el régimen enarbola todo tipo de falacias para tratar de revertir una decisión en la que ha tomado parte hasta el propio gobierno uruguayo, el del Frente Amplio, una coalición a la que Chávez, Maduro y compañía siempre consideraron íntimamente aliada a la causa insurgente continental.
De hecho, Maduro ha estado buscando al presidente Tabaré Vásquez como aguja en un pajar para que se arrepienta de la determinación y le permita volver a ese redil donde antes encontraba solaz y obsecuencia para su ruindad y vileza.
Pero los sectores moderados y sensatos de la coalición han logrado que su percepción sobre el despotismo prepondere allí donde solo había espacio para la complacencia y la complicidad.
Con la excepción del gobierno boliviano, perfectamente funcional a los propósitos del sandinismo, el castrismo y las Farc (¿‘Frente Amplio por la Reconciliación de Colombia’ ? ), los integrantes de Mercosur han resuelto marginar a la tiranía y negarle la presidencia que estaba a punto de asumir para presentarse ante el mundo como un dechado de virtudes.
Ahora, que por fin se ha restablecido la democracia en Argentina y Brasil, ¿Cómo puede esperar el régimen chavista que se aplaudan sus sandeces, la opresión a la que somete a su pueblo y la violación sistemática de los derechos humanos en que incurre?
Por supuesto, la canciller Delcy Rodríguez, el embajador Félix Rivas y toda la corte de funcionarios que rinden culto a la personalidad del líder de la revolución no hacen más que vociferar ante “el golpe de Estado” que ha sufrido la República Bolivariana.
No tardarán, semejantes personajes en aducir que se trata de un complot orquestado desde Colombia o desde la Torre Trump, pero, siendo sinceros, ¿Qué hay, en la lógica autoritaria del régimen represivo, que contradiciéndole u oponiéndosele, no sea considerado automáticamente como “un golpe de Estado” contra la revolución idolatrada?