La pandemia hizo aparecer al hombre sereno, estudioso, responsable y fuerte que ha sido en su vida Iván Duque Márquez. Seguro de sí mismo, de lo que está haciendo, de lo que está pidiendo y ordenando a su país y a su pueblo. Ejerce admirablemente el cargo de Primer Mandatario de la Nación.
Ahora bien, la primera muralla contra el Covid-19 son los gobernadores y alcaldes, quienes deben utilizar todos los recursos regionales y locales posibles para dar la batalla contra el hambre y el desempleo que el confinamiento ha traído consigo. Se debe practicar como un keynesianismo lugareño que ponga a los desempleados a ganar un salario, pintando los edificios públicos, limpiando las calles y las plazas, voceando las disposiciones dictadas por las autoridades, reconstruyendo caminos, etc, etc. Que los pongan a sembrar árboles, a cultivar lo que puedan y sepan cultivar, a repartir mercados y medicamentos, a leer por la tv y emisoras locales, cuentos, novelas, leyendas.
A cantar el folclor, a contar la historia de su pueblo y la biografía de los hombres destacados de su comarca. Ocupar, ocupar a la gente y dar comida a las familias necesitadas. Y mil cosas más que se les ocurra. Por eso, claro, se gastará mucho. No importa, a lo que haya habrá que sumarle las donaciones de los pudientes, los endeudamientos sin temores, los aportes de los altos empleados, de los jubilados, de los maestros, de los policías, de todos los que tengan sueldo regular. En cada barrio pobre hacer comidas comunitarias guardando los protocolos que exige el virus maldito.
Que quien hace en su casa empanadas, dulces, pasteles, platos de comida, artesanías, calzados, prendas de vestir, por ejemplo, puedan salir ordenadamente y con horarios predeterminados, a venderlos. Sería un enjambre de laboriosidad nunca antes visto, como nunca antes habíamos enfrentado tanto peligro. Sería la utopía de la vida derrotando a la sombra negra de la muerte.
¿Cómo hacer para que ideas como ésta lleguen a las autoridades y sean puestas en práctica (u otra mejor) y coordinada prontamente? Tomemos conciencia que el Gobierno nacional no va a poder solo superar semejante amenaza. Todos tenemos que trabajar, desde donde estemos, en la construcción de una nueva esperanza.
En estos días caseros me reencontré con la biografía de Miguel Ángel, de Marcel Brion. Cuando el escultor regresa a Florencia (1500) se encontró con un bloque de mármol abandonado. Lo disputó con Leonardo Da Vinci. Los cónsules del “Arte de la Llana” se lo confiaron al hijo de Ludovico Buonarroti. Era grande el desafío. Su biógrafo supone que Miguel Ángel entendió que si Grecia había tenido a Perseo y el mundo nórdico a Sigifredo, Palestina tenía en David a su campeón. Su infinita capacidad de creación se volcó sobre el duro y hermoso mármol de carrara con solo su mazo y su cincel. Sabía que para un escultor “la forma no se da por lo que se le añade sino por lo que se le quita”. Con el mismo vigor con que, años después, creará el mundo en la Capilla Sixtina, logra la perfección del arte, esculpe al “campeón del valor humano” y símbolo de la libertad, de la vida y de la fe. Ese es el mensaje: David vence al gigante Goliat con los recursos que tiene a mano, la honda, la cauchera.
Nos toca a nosotros ganar la batalla contra el coronavirus con nuestras propias manos e implorando la misericordia del Dios creador.