Toda vez que el mundo está en manos de psicópatas, hoy más que nunca por el inmenso poder destructivo que acumulan, cuesta hacerse demasiadas ilusiones sobre su futuro. El gangsterismo planetario, fruto de la desbocada coyunda entre los grandes delincuentes políticos y dinerarios, no es que sea insensible a los estragos del cambio climático, sino que, por enriquecerse con ellos, aumenta incesantemente su producción, pero no parece que eso preocupe ni indigne tanto como que unos chicos arrojen salsa de tomate sobre una pintura protegida por un cristal o que se peguen las manos al marco del cuadro o a la pared para denunciarlo.
No puede negarse que la imagen de unos paisanos atentando, siquiera en apariencia, contra obras de arte, turba el espíritu y revuelve el estómago, incluso a aquellos que no han pisado un museo en su vida o que, si hubieran sido contemporáneos de Van Gogh, no le habrían comprado jamás un cuadro, como, por lo demás, hicieron sus contemporáneos. Al común, no nos engañemos, les suena Van Gogh por lo de la oreja, y las Majas, particularmente la desnuda, por la cosa sálvame-de-luxe de si era la Duquesa de Alba, pero lo que les debería sonar es lo que los activistas esos mancha cuadros intentan que les suene, que la vida en la Tierra y la de cuantas criaturas la pueblan se está yendo velozmente al carajo.
Se ve, para quien quiera verlo, que esos muchachos son buena gente: eligen obras protegidas, apuntan bien para que el ketchup no salpique mucho, se les nota azorados y nerviosos por ser conscientes de que el acto en sí mismo que ejecutan es horrible, se dejan reducir sin oponer más resistencia que la del pegamento de sus manos, y defienden una causa no solo justa, sino de una urgencia vital y estremecedora. Su performance, sea como fuere, es probable que tenga más valor, y no sé si incluso más alcance, que la Cumbre sobre el clima que la ONU anda celebrando en Egipto.
La ONU, en el mundo actual, no pinta nada, y menos en lo concerniente al cambio climático, pues los grandes contaminadores conservan el infame privilegio de vetar cuanto pudiera combatirlo, de modo que la lucha por la supervivencia de la especie, de la nuestra y de todas las especies animales y vegetales, queda en manos de los particulares, y esos jóvenes que simulan atentar contra el Arte porque no se les habrá ocurrido algo más fino, son la vanguardia de esos particulares.
Compadezco su soledad, pues en su retaguardia, en la retaguardia activa, no se ven particulares suficientes.