Con la fe intacta | El Nuevo Siglo
Miércoles, 1 de Enero de 2025

Dos de enero de 2025. Hoy realmente arranca este nuevo año y la ilusión de recomenzar nos recarga de energía para volver a creer en que somos los hacedores de nuestro destino o, para aquellos que tenemos un sentido de realidad un poco más arraigado que nos impide ilusionarnos majestuosamente, reafirmarnos una tras otra vez que no hay mal que dure 100 años (y muchos de ustedes intuirán a qué mal me estoy refiriendo).

Esta también es una fecha en la que uno se plantea propósitos y proyectos que, como por arte de magia, llegan embadurnados en la fe más pura y en la convicción absoluta del logro. Proyectos que esperamos este año no dejar inconclusos, que retan nuestra disciplina, determinación y constancia, y que, al menos por unos días sirven de combustible emocional para enfrentar el diario trasegar.

Y es que como hace algunos días se lo leí al presidente Álvaro Uribe en sus redes, qué importante es para el ser humano mantener viva la capacidad de soñar, de ilusionarse, de creer. Y qué importante también es enfocarnos en preservar esa habilidad nuestra para visualizarnos cumpliendo metas que, como un bálsamo divino, cubre el corazón cuando el fracaso, la desilusión y la derrota quieren apoderárselo.

Sucede de la misma manera, en la vida personal y familiar como para los anhelos de país y patria que muchas veces, y de forma reiterada a medida que el año se va desgastando, sentimos nos estaban siendo arrebatados. Lo bonito de los nuevos comienzos, y sin ser yo una optimista, es que la energía revitalizada se contagia y nos nutre de ánimo y fe. El ánimo y la fe que necesitamos para imaginarnos el país que queremos y el que creemos que nuestros hijos se merecen.

Yo, por ejemplo, que como infidencia les cuento tengo además hoy un “bonus track” por deseo de cumpleaños, quiero soñarme que el país de la Seguridad Democrática 2.0, usando abusivamente y sin derecho de autor, la denominación acotada por Abelardo de la Espriella, revive. 

Para este 2025 quiero que Colombia recupere el rumbo que perdió cuando los principios que nos hicieron nuevamente viables, fueron traicionados. Quiero una Colombia con seguridad, entendiéndola como el medio para alcanzar la tan anhelada “paz” (que no deja de ser un ideal y hasta utopía) y para mantener el crecimiento económico y el bienestar de todos los que habitamos este territorio. Necesitamos un Estado sólido, pensado para proteger a quienes respetamos la ley, que no ceda ante los criminales y que no conciba la impunidad como mecanismo de negociación.

Quiero también un país con Confianza Inversionista, donde propiedad y capital privado y libre mercado, sean sagrados. Un país donde haya seguridad para el que invierte y donde esa seguridad sea devuelta en palancas de sostenibilidad que fortalezcan el tejido social, traducidas en oportunidades para todos.

Quiero cohesión social para que la democracia se vea salvaguardada desde las libertades y el derecho a disentir. No quiero que estemos de acuerdo, pero sí que estemos conectados en qué es lo fundamental con educación, protección social, acceso al crédito y capacidades individuales para generar riqueza que se conviertan en movilidad social. 

Deseo, como lo hago desde hace más o menos 10 años, un Estado austero, pequeño pero eficiente, robusto pero no paquidérmico, justo pero no asistencialista, equitativo pero no generador de resentimiento; donde la transparencia, la meritocracia y la llegada de la oferta del Estado a las regiones, sean la regla y no la excepción. Donde el Estado esté pensado como propulsor y no como avasallador.

Qué bueno sería que todo esto, estuviese acompañado, por el diálogo popular. Donde sin rabia, sin sentimientos de inferioridad y sin “deudas ancestrales” artificiales que nos han querido imponer, podamos construir juntos alrededor de un propósito colectivo de democracia y libertad. Un país donde el diálogo nos permita honrar y estimular esa colaboración virtuosa, como la llama Felipe Vélez, un gran amigo mío y líder importante en Medellín, que se logra cuando sector privado, Estado, academia y los distintos sectores ciudadanos, nos ponemos como propósito, lograr un mejor país para nosotros y para nuestros hijos.  

Por último, deseo, tanto para ustedes como para mí que ojalá, este año, mantengamos la coherencia, el espíritu combatiente y, como con la Selección, la fe intacta. Y que ojalá ganemos en el 2026.