Tal y como en reiteradas ocasiones lo subrayara Donald Trump estando en campaña, uno de sus ejes de gobierno sería el aumento de impuestos a productos que importa Estados Unidos. Esta perspectiva constituye una amenaza para la dinámica del comercial mundial, la cual estaría atentando contra la complementariedad de ventajas comparativa y competitivas de los diferentes países y puede desembocar en ser factor que harían más lento el crecimiento de producción y empleo globales.
Claro que Trump no ha señalado esos riesgos, sino que enfatiza, como es normal en estos pronunciamientos aislacionistas, en que las medidas buscan proteger la industria y los empleos estadounidenses. Cierto. A primera vista eso se vislumbra, pero hay otras consideraciones no menos verdaderas, tales como la elevación de los precios en el mercado de la potencia norteamericana.
Aumentos en los impuestos a la importación de bienes puede hacer que estos últimos evidentemente se encarezcan para los consumidores de la economía dirigida desde Washington. Luego de cierto tiempo -intervalo que se requiere para que aparezcan los efectos de las medias- un aumento de oferta a partir de la producción local puede tender a la baja de los precios, pero para ello se requiere de inversiones efectivas en los diferentes sectores productivos, implementación de tecnología y promoción de la distribución y acceso de los bienes.
De manera similar a este aislacionismo y “proteccionismo” de sectores y empleo, se establecieron políticas económicas de Estados Unidos respecto a su comercio internacional a principios de los años treinta del Siglo XX. Se deseaba en ese entonces, salir cuanto antes de la Gran Depresión originada en octubre 1929.
Estas medidas fueron ampliamente contraproducentes. No sólo profundizaron la crisis que se trataba de resolver, sino que -muy importante- empujaron a Estados Unidos a una guerra comercial importante con otros países. Véase la dinámica que adoptó y los efectos que se derivaron producto de la elevación de aranceles en Estados Unidos, a partir de la ley Smoot-Hawley; ley que se aprobó por el congreso de ese país el 17 de junio de 1930.
Pues bien, Trump amenaza con actualizar lo que sería un conjunto de disposiciones que permitieran elevar los impuestos a las importaciones estadounidenses. En este sentido se concretan tres aspectos principales.
En primer lugar, la dirigida a los productos que la potencia del norte compra a los BRICS -Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, grupo que actualmente tiene más integrantes. En este caso la advertencia ha sido, que “si se salen del patrón dólar” como moneda de intercambio internacional, tendrían que hacer frente a aranceles del 100% en el mercado dirigido por Washington.
Un segundo caso lo constituye la Unión Europea. En esta situación se pide que el Viejo Continente compre más petróleo y gas de Estados Unidos. Es evidente que lo que se busca aquí, es tratar de reducir el gran déficit comercial de Washington que estaría llegando, para 2024, a unos 208,700 millones de dólares. Les compran más a los estadounidenses o se las tendrían que ver con más aranceles -mayores barreras- respecto a los productos que venden en Estados Unidos.
Existe un tercer caso que diversos analistas ven con más preocupación. Trump ha anunciado que de todas maneras habrá un 10% de arancel a las importaciones mundiales que hace Estados Unidos; y particularmente en el caso de China, las importaciones de ese país tendrían un arancel de 60%. Al respecto es de tener en mente que la potencia asiática tiene un superávit comercial de 279,400 millones de dólares en sus intercambios con Washington en 2024. Este indicador ha tendido a bajar. En 2018, era de 418,000 millones de dólares.
Como todo, en economía se trata que las medidas favorecen a algunos sectores y se las cobran con otros. Entre las repercusiones más importantes, se tendría, por ejemplo, que -en especial en lo inmediato- se puede substituir la dependencia europea de los energéticos rusos, mediante el aprovisionamiento que se tendría desde Estados Unidos. Pero esto implicaría una evidente elevación de precios al menos en el corto plazo, dadas las alzas en la estructura de costos de producción. Este incremento de precios podría estar rondando entre 24% y 31%.
La explicación del mandatario electo que tomará posesión el 20 de enero, ha sido puntualizar que aumentará la producción energética en Estados Unidos. Pero estos anhelados aumentos de energéticos, en particular de gas, requieren inversión, establecimiento de procesos productivos y cadenas de abastecimiento. Algo que implica tiempo, mientras se ajustan montos de producción y accionar de agentes económicos. Eso escapa a los procesos de emisión de leyes de efecto inmediato.
Por otra parte, también es de tomar en consideración las disposiciones de medio ambiente y de conservación y racional uso de los sistemas naturales renovables y no renovables. Además, habría represalias comerciales de otros países. No sólo europeos, sino también de los Brics. Si los daños comerciales golpean a diferentes actores, éstos tratarán de cambiar de estrategia e intentarán establecer represalias contra Washington.
Tal y como lo han reportado, varias guerras comerciales se pueden establecer dinámicas que resultan en juegos "perder-perder”, dando al traste con aumentos productivos que son consecuencia de complementariedades económicas. Ni el subdesarrollo ni la decadencia son de gratis.
*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor Titular, Escuela de Administración de la Universidad del Rosario