El terrorismo continúa siendo la principal amenaza en todo el mundo. Ataca en cualquier momento, lugar y en las más disímiles circunstancias. El atentado perpetrado ayer en el tradicional Barrio Francés, en Nueva Orleans (Estados Unidos), es una fiel prueba de ello.
Pese a que la ciudad se encontraba resguardada al cien por ciento para garantizar unas tranquilas celebraciones navideñas y de año nuevo, así como en la antesala de uno de los más famosos cotejos de fútbol americano a nivel universitario, un exmilitar de 42 años condujo su camioneta a toda velocidad contra una multitud, arrollando a decenas de personas que festejaban la llegada de 2025 y, cuando el vehículo se detuvo, se bajó y comenzó a disparar en todas direcciones hasta ser abatido por agentes policiales.
Aunque las autoridades locales y el FBI barajaban varias hipótesis sobre el móvil de la matanza, se presumía que respondió a una causa radical, esto porque en la referida camioneta del perpetrador Shamsud-Din Jabbar se encontró una bandera del grupo extremista musulmán “Estado Islámico” (EI), cuyos seguidores en la última década han protagonizado numerosos actos terroristas en todo el planeta, la mayoría contra objetivos occidentales.
Los primeros perfiles que hicieron las autoridades sobre el atacante señalan que se trataba de un hombre “desesperado por provocar una masacre”, de allí que no solo utilizó su vehículo como un instrumento homicida, sino que, además, portaba armas de largo alcance para usarlas cuando ya la camioneta no le sirviera para su propósito aleve y criminal. Al final, lamentablemente, este se terminó concretando porque alcanzó a asesinar a 10 personas y dejó heridas a 35 más.
Si bien inicialmente se pensó que era un ataque aislado, el FBI investiga posibles cómplices, más aún después de que en varias pesquisas en la ciudad se encontraran dos bombas de fabricación casera, que fueron desactivadas.
No es la primera vez que se utiliza este modus operandi para perpetrar un atentado terrorista. Ya en Niza (Francia), en 2016, un inmigrante tunecino atropelló con un camión a una multitud que celebraba el día nacional galo, matando a 86 personas e hiriendo a más de 434. Incluso hay un antecedente más reciente: el pasado 20 de diciembre un psiquiatra saudita Taleb Jawad al Abdulmohsen, establecido en Alemania desde 2006, embistió deliberadamente con su automóvil a transeúntes en un mercado navideño de Magdeburgo, provocando cinco muertos y más de 200 heridos. Todavía no hay claridad sobre los móviles de este crimen, aunque se critica al gobierno por no haberlo puesto bajo vigilancia debido a sus posturas hostiles contra el islam (religión a la que había renunciado) y su apoyo a teorías conspirativas de extrema derecha. De hecho, ya en el pasado estuvo en el radar de las autoridades y había sido pedido en extradición por Arabia Saudita. Aun así, no se le consideraba peligroso.
Visto todo lo anterior, queda claro que este ataque terrorista en Nueva Orleans reafirma que las facciones radicales islámicas continúan siendo una amenaza global, ya actúen a través de los llamados “lobos solitarios” o en equipos organizados. Por lo mismo ayer se generaron múltiples críticas a la capacidad de los servicios de inteligencia y seguridad interior estadounidenses para detectar personas de perfil riesgoso y neutralizarlas a tiempo.
De paso, mientras que el presidente saliente, el demócrata Joe Biden, condenó el hecho y recalcó que "no tolerará” ataques contra sus gobernados, el mandatario electo, el republicano Donald Trump, fue más allá, al punto que relacionó el acto terrorista con el flagelo de los migrantes ilegales, parte de los cuales está incurriendo en múltiples crímenes en territorio norteamericano. Así las cosas, desde ya se prevé que una vez se produzca el relevo en la Casa Blanca la política antiterrorista estadounidense será más drástica e impactará en todo el globo. Habrá un timonazo fuerte en este campo.
Para no pocos analistas, lo ocurrido en Nueva Orleans no se puede tomar como un hecho aislado, sino que podría tener vasos comunicantes con la caída del régimen sirio de Bashar al Asad, los combates de Israel contra facciones como Hamás o Hezbolá en Oriente Medio o la debilidad de la alianza ruso-iraní, entre otras circunstancias críticas globales con que cerró 2024.
Sea cual sea la hipótesis más acertada, lo cierto es que el terrorismo volvió a demostrar que puede atacar en cualquier lugar, a cualquier momento y con cualquier modus operandi. Un trágico campanazo para un mundo que pensaba que el (EI) y otras facciones radicales estaban desarticuladas y con bajo poder de causar daño. Lamentablemente no es así y, por lo mismo, es imperativo reforzar la inteligencia preventiva para rastrear sus movimientos e intenciones.