El 4 de junio de 1974 -hace cincuenta años- tuvo lugar uno de los hechos positivos más trascendentes del siglo XX venezolano: el presidente Carlos Andrés Pérez firmó el decreto número 132 de su gobierno, que establecía la creación del programa de becas Gran Mariscal de Ayacucho.
En una primera etapa estuvo bajo el control de Cordiplan, organismo equivalente al actual ministerio de Planificación -entonces el ministro era Gurmesindo Rodríguez-, pero a partir del 1 de julio de 1975, pasó a ser gestionado directamente por la Fundación Gran Mariscal de Ayacucho, entidad sin fines de lucro, que tuvo en personalidades como Ruth Lerner de Almea, Leopoldo López Gil y otros, sus muy destacados líderes y promotores. En 1974 se cumplieron 150 años de la Batalla de Ayacucho, hito histórico que explica el nombre del programa.
El programa de becas Gran Mariscal de Ayacucho era mucho más que una iniciativa dirigida a democratizar el acceso a la educación. Entre sus objetivos estaban la captación de nuevas tecnologías y conocimientos para beneficio del país, así como el estímulo de una cultura de la innovación para potenciar los sectores productivos, la propia gestión del sistema educativo y ese conjunto de instituciones que conocemos como administración pública.
Un informe elaborado por Ruth Lerner de Almea -fue la primera presidenta de la fundación-, publicado a finales de 1977 -es decir, cuando el programa todavía no había cumplido ni siquiera los tres años de actividad- ofrece datos sorprendentes: solo hasta ese momento habían sido becados alrededor de 11 mil estudiantes para hacer estudios de grado y post grado. De ese total, alrededor de 40% estaba dirigido a becas en Venezuela. El restante 60%, a países como Estados Unidos, Canadá, México, Costa Rica, Inglaterra, Francia, Italia y España.
Hay un dato en ese informe, especialmente revelador: que el número de becados que no culminó lo establecido en el contrato era menor a 5%, cuando el promedio en otros países oscila entre 10 y 14%.
La destrucción del sistema de cifras y estadísticas del Estado, ejecutada por los gobiernos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro, nos impide saber cuántos fueron el total del número de becarios de la era democrática (desde que arrancó en 1974, hasta 1998, año de cierre del segundo gobierno de Rafael Caldera).
No hay (que yo conozca) un estudio que ofrezca una comprensión cualitativa del enorme aporte que esos profesionales le dieron al país en todos los ámbitos de la sociedad -como trabajadores de empresas, en el libre ejercicio profesional, en instituciones gubernamentales y del tercer sector-. A lo largo de los años, la acción de ese conjunto de profesionales acumuló una masa de mejoras, avances, logros y crecimiento, incomparable en el contexto de América Latina.
La misión al volver
Cada vez que pienso en lo que podría significar el regreso de una parte de los venezolanos que forman parte de los 8 millones de personas que han sido empujadas a la migración o al exilio, me cargo de optimismo por los próximos tiempos venezolanos.
Porque, ¿qué ha ocurrido en estos años, con las experiencias académicas y laborales de millones de niños, jóvenes y adultos dispersos en un centenar de países? ¿Qué ha pasado con la mayoría de ellos?
Lo que ha pasado, es que han cambiado. Hablo de cambios que pueden, incluso, no percibirse en una conversación superficial, pero que han ocurrido. En primer lugar, han ganado ese enorme bien del espíritu que significa conocer y adaptarse al funcionamiento de otras culturas, conocer otras perspectivas de la vida, insertarse en otros sistemas legales y fiscales, establecer otras relaciones muy distintas, radicalmente distintas en la relación entre el Estado, las autoridades y los ciudadanos, a la que padecemos en Venezuela desde 1999, marcadas por la arbitrariedad, corrupción y el abuso desproporcionado que el poder ejerce sobre cada ciudadano, a toda hora, en todas partes.
Incluso en otros países de América Latina que a lo largo del siglo XX tuvieron sistemas económicos que generaban menos recursos que el de Venezuela -no contaban con los enormes ingresos provenientes de la producción petrolera- lograron desarrollar instituciones más eficientes y confiables para los ciudadanos. Venezuela, que fue una democracia imperfecta y modélica en todo el continente, ha perdido todas las virtudes por las que era reconocida internacionalmente. Con esto quiero decir que no hay país del que los emigrantes no hayamos aprendido cosas que tienen un carácter significativo para la convivencia y el renacimiento democrático.
Estas realidades se profundizan y extienden todavía más, cuando observamos y leemos de la notable presencia de estudiantes venezolanos en centenares de ciudades donde destacan por su altísimo desempeño. En el campo del ejercicio profesional, la reputación de médicos, paramédicos, ingenieros, arquitectos y profesores universitarios, se disemina a diario. Y cuánto no podría agregarse de lo que está pasando con artistas visuales, cineastas, escritores, diseñadores, gentes del teatro y otros creadores, o esa especie de múltiple auge, casi inenarrable por lo caudaloso, del activismo e irradiación del talento venezolano en los competidos territorios de la gastronomía y restauración.
Añádase a esto la presencia de jóvenes venezolanos en las industrias de servicios, sobre todo en los países en los que el número de migrantes venezolanos ha sido mayor -Colombia, Perú, Ecuador, Estados Unidos, España-, o el impresionante boom de emprendimientos -pequeñas empresas en todos los sectores- capitaneados por venezolanos, que no cesa de reproducirse día a día.
Esta es la plataforma de mi optimismo por el futuro inmediato de Venezuela: basta con que regresen una cuarta parte, un tercio o la mitad de los que partieron. Ellos están llamados (destinados) a constituirse en una fuerza de reactivación social y económica, productiva e innovadora (en unas dimensiones muchas veces mayor que la provocada por el plan de becas Ayacucho), porque, además de sus propias energías, cuentan con la riqueza de todo lo que han aprendido del funcionamiento de la escuela, el trabajo, las leyes y el ejercicio real de las libertades, en otros países.
Vamos hacia una Venezuela donde el factor de los retornados al país será determinante para sacar a la nación del marasmo en que se encuentra.
*Fundador y director del periódico El Nacional