GLORIA ARIAS NIETO | El Nuevo Siglo
Viernes, 8 de Marzo de 2013

De respeto y “siempretud”

 

“Teletón nos enseñó a mirar con empatía la discapacidad”.

No sabemos cómo es el  dolor,  la luz,  el todo o la nada, que sienten los que se van. Cada aprendizaje tiene su calendario, su maestro y su pupitre. Pero sí sabemos el dolor que causa en los que se quedan. Más allá de una expresión biológica, la muerte es y desata un fenómeno emocional y cultural, que impacta  el corazón y  la ecología de las personas y la sociedad (llámese familia, siglo o país).

Y cabe recordar que todos, incluso los de ultra-cualquier-cosa, son –necesariamente- hijos de alguien; y quizá padres, hermanos, amores  de otros álguienes que merecen respeto. Así es que,  personalmente, que alguien se muera no me genera ni alegría, ni burla, ni hambre. Y me  gustó lo que escribió un amigo en Facebook: “La muerte no me produce júbilo. La de nadie”. A mí tampoco.

Repasando objetivamente todos los ámbitos posibles creo que en ninguno simpaticé con Chávez,  pero  su muerte no me hace feliz ni celebro los insultos y fiestas que han llovido desde el martes como serpentinas cibernautas.

Es que a  los fanatismos y a los ríos les pasa lo mismo: se desbordan y son potencialmente catastróficos. Así es que ni fiestas ni dramas exorbitantes frente al ataúd; ni delirios como los de Maduro: decir que el “imperio” le inoculó el cáncer a Chávez es un despropósito tan irracional que el hoy presidente interino, merecería un cambio de apellido… por Inmaduro.

En fin, me doy por saturada con el tema. Sólo quería decir que los muertos merecen respeto. Todos.

Cambio 180° el ánimo y el soplo vital, y paso a escribir sobre un ejemplo y una conquista; un termómetro de la confianza construida por Teletón. Su trabajo por la rehabilitación y la inclusión de personas con discapacidad ha recorrido 13 países de América; ha cambiado para bien, la vida de miles de personas, y nos ha recordado que somos corresponsables de los demás.

Nos ha enseñado a mirar la discapacidad no como una limitación, sino como una condición humana que merece respeto y empatía. Ni conmiseración ni caridad: solidaridad, y una responsabilidad de puertas abiertas, donde se reconozca el valor de la diferencia y el valor del valor.

La genuina inclusión, la que es coherente y nace de adentro, es quizá lo único que puede salvarnos, como personas y como naciones. Un mundo excluyente está condenado al destierro de sí mismo; al suicidio social.

Así pues, un peso o un minuto de tiempo amigo donado a Teletón, no es un regalo a las personas con discapacidad: Es una donación a nuestra capacidad de ser mejores seres humanos.

Aprender del más valiente, y tener  opción de ser arte y parte de un pedacito de su vida, es comprender que la dosis personal de dignidad y  felicidad, adquiere relevancia cuando se convierte en capital social; si no, es solo una burbuja, frágil y aislada.

Hoy y mañana, gracias a Teletón,  Colombia podrá sembrar muchas más semillas de  “siempretud”…ese árbol íntegro y amoroso,  que “hace posible lo imposible”, porque crece ligado a la esperanza, y a las ganas de vivir.

ariasgloria@hotmail.com