GLORIA ARIAS NIETO | El Nuevo Siglo
Viernes, 3 de Agosto de 2012

Ni por todo el oro del mundo

 

“La libertad no se vende ni por todo el oro del mundo”. Sobre este pensamiento se fundó Dubrovnik, ciudad de leyenda y piedras blancas, mar azul, campanas y San Blas.

Entre la medianoche y el mediodía navegan por sus calles ecos de guerras, de terremotos y de barcos hundidos; con sólo cerrar los ojos y abrir las manos, se siente bajo los balcones un aire de misterio y vino tinto, de violines y pan.

La libertad no se vende ni por todo el oro del mundo.

De regreso a casa atravieso el océano con esa frase grabada en la piel, y le pido a Dios que nunca se me olvide. Que nunca la silencien ni la ausencia, ni el Excel, ni la costumbre. Que nada me haga traicionarla, porque estaría traicionándome a mí misma.

Llego. Redescubro mis árboles, el soplo cotidiano, mis propios laberintos y nuestras propias guerras con aroma de café.

Pasa una semana.

Son las nueve de la noche del último día de julio, y agradezco tener al frente mío una persona quien -como Dubrovnik- ni por todo el oro del mundo vendería su libertad, su coherencia y su razón. Un maestro y amigo; alguien que hace unos años convirtió una colectividad circunspecta e inconforme, en la segunda fuerza política del país. Alguien que sabe que en toda democracia se necesitan vientos en contra, valor y oposición. Claro, oposición de verdad, no de oportunidad.

Este maestro y amigo es Carlos Gaviria; nunca ha comido de la mano negra de los pulpos, ni ha sido servidor de dos amos. Ni siquiera de uno. No ha dejado su conciencia en las casas de empeño, ni ha firmado pactos con los diablos de turno. Ha rechazado enfáticamente las vías armadas, y el uso de la violencia como medio para llegar al poder.

Por eso, porque los principios ni se compran ni se venden, Gaviria está dispuesto a renunciar al Polo -el partido que él hizo grande filosófica, conceptual y numéricamente- si insisten en permanecer en él las personas que cohonestan con la guerrilla; o quienes quieren usurpar la personería del Partido para disfrazar la ilegalidad de sus movimientos piratas; o los que no comulgan con la lucha armada, pero por interés electoral o por cobardía ancestral, guardan un cómodo y tibio silencio.

Quizá el Partido se siga partiendo, y cada vez más atomizado prefiera morirse de indefinición, de susto o anacronismo, antes de reconocer en público que no simpatiza con las Farc. De ser así, el Polo se extinguirá por sustracción de materia gris, y no lo lamento por el Polo mismo, sino por Colombia, porque habrá desperdiciado la opción de desarrollar una izquierda lógica, sana y en paz.

La libertad no se vende ni por todo el oro del mundo; ni la filosofía se permuta, ni el valor se alquila, ni la ética cuelga de los árboles de caucho.

Si Carlos Gaviria sale del Polo, será porque no hay mejor partido que tener la conciencia entera.

ariasgloria@hotmail.com