Glosas a la barbarie (XXV) | El Nuevo Siglo
Domingo, 14 de Marzo de 2021

La noción de cultura se extendió tanto que, aunque nadie se atrevería a reconocerlo de manera explícita, se ha esfumado. Se volvió un fantasma inaprensible, multitudinario y traslaticio. Porque ya nadie es culto si todos creen serlo o si el contenido de lo que llamamos cultura ha sido depravado de tal modo que todos puedan justificadamente creer que lo son (…) Ahora todos somos cultos de alguna manera, aunque no hayamos leído nunca un libro, ni visitado una exposición de pintura, escuchado un concierto, ni adquirido algunas nociones básicas de los conocimientos humanísticos, científicos y tecnológicos del mundo en que vivimos (Vargas Llosa, La civilización del espectáculo).

 

Las opiniones que tiene Vargas Llosa de la superficialidad se precisan en su ensayo La civilización del espectáculo, publicado en 2012.  Desde el inicio del texto, el autor anuncia su propósito: “Este pequeño ensayo no aspira a abultar el elevado número de interpretaciones sobre la cultura contemporánea, sólo a dejar constancia de la metamorfosis que ha experimentado” (Op. Cit., p.13). Esa metamorfosis, escribe el Premio Nobel de Literatura, es un desaparecimiento de la cultura misma: “…una mudanza traumática de la que ha surgido una realidad nueva en la que apenas quedan rastros de la que reemplazó” (Op. Cit., p. 32).

Acorde con lo anterior, La civilización del espectáculo hace una crítica sutil a la frivolidad. El argumento central de Vargas Llosa es que por una serie de causas (aquí no las comento por razones de espacio) el hombre insustancial reemplazó al letrado y, por eso, la alta cultura o cultura de élites degeneró en cultura de masas y para ellas, y aborregó a la humanidad. La antropología cultural, primero, y la sociología, después, pauperizaron el concepto cultura, al punto de pensar que cualquier hábito, práctica y creencia son formas culturales: “…cultura de la pedofilia, cultura de la marihuana, cultura de la estética nazi y cosas por el estilo” (Ob. Cit., p.69). La barbarie de lo superficial ha llegado a considerar arte, por ejemplo, la pieza creada por Chris Ofili, la Santa Virgen María, pintada a partir de excrementos de elefante, en la que la madre de Jesús aparece rodeada de fotos pornográficas.

Luego, la cultura pasó de ser una herramienta de educación y refinamiento espiritual, a mera entretención insignificante que cualquiera puede consumir y producir. Como resultado, los destinos del mundo contemporáneo son, a la postre, pactos firmados entre superficiales: “Tampoco es casual que, así como en el pasado los políticos en campaña querían fotografiarse y aparecer del brazo de eminentes científicos y dramaturgos, hoy busquen la adhesión y el patrocinio de los cantantes de rock y actores de cine, así como de estrellas de fútbol y otros deportes. Éstos han reemplazado a los intelectuales como directores de conciencia política de los sectores medios y populares y ellos encabezan los manifiestos, los llevan en las tribunas y salen en la televisión a predicar lo que es bueno y malo en el campo económico, político y social” (Ob. Cit., p.44).  

*Jurista y filósofo