El Consejo de Estado determinó que el Presidente de la República no debe asistir a la ceremonia del Te Deum que la Iglesia celebra el día de la independencia nacional, pues eso sería inclinarse hacia una confesión religiosa en perjuicio de otras. El Congreso resolvió hace años quitar muchas de las fiestas religiosas católicas que caían entre semana y fundó los lunes festivos. Los legisladores han desmontado poco a poco todo el concepto de matrimonio y familia, de fundamento bíblico. La educación católica sufre una presión tremenda para adoptar principios (¿?) y paradigmas que nada tienen que ver con lo que el Evangelio enseña. Las personas e instituciones médicas de corte católico están sometidas también a presiones indebidas por el Estado para que violen sus creencias básicas y se conviertan en verdugos y no en servidoras de las personas. Y, si mal no estoy, la Constitución del 91 desconoció unilateralmente el Concordato con la Santa Sede. Estamos, pues, ante un panorama en el cual golpear a la Iglesia es una consigna y un plan cuidadosamente diseñado.
En el Estado, en sus instituciones, se piensa que la Iglesia son los obispos y los sacerdotes. No quieren entender que la fe católica es unos de los rasgos distintivos de la inmensa mayoría de los colombianos y que estas medidas han ido convirtiendo al mismo Estado en un ente que golpea moral y espiritualmente a sus propios ciudadanos. Estamos en el apogeo de un laicismo radical como aquellos del siglo XIX, que sirvió sobre todo para saquear a la Iglesia. Hoy el saqueo es moral y espiritual.
Sin embargo la Iglesia no depende del Estado. Es más: en la podredumbre que se ha tomado al Estado, mucho mejor no recibir siquiera una borona del mismo. Pero sí es justa una queja de profunda ingratitud. La Iglesia ha hecho por más de cuatro siglos en Colombia muchas de las tareas que nadie quiso realizar a tiempo con la población colombiana: atendió su educación, su salud, sus viejos, los hambrientos, promovió la cultura, liberó los secuestrados, etc. Pero el alma colombiana se ha envenenado enormemente y lo usual hoy es dar patadas a quien nos dio de comer. Eso es lo que está pasando desde el Estado con respecto a la Iglesia. Hay una falta total de altura en la mayoría de funcionarios estatales con respecto a la Iglesia y sus posiciones ideológicas y prácticas son de muy baja estofa. A la larga, estos radicalismos políticos terminan por generar todo lo contrario y entonces nacen las hegemonías opuestas. Pero es que se las busquen a ciencia y conciencia.