“Más allá de la felicidad”
Una de las cosas que me maravillan de la vida es la mirada de asombro de un niño cuando descubre algo nuevo. Si logramos mantener esa actitud de admiración a lo largo de la existencia, trascenderemos la búsqueda de la felicidad y encontraremos el gozo.
Nos han vendido y nos siguen vendiendo la felicidad como el súmmum que debemos alcanzar. Por supuesto que es sensacional sentirnos felices, rebosantes de alegría. Cuando nos levantamos deseamos una agradable jornada a quienes saludamos con un “feliz día”, y nos sentimos contentos cuando al terminar las tareas cotidianas nos despiden con un “feliz noche”. Celebramos la existencia de quienes amamos deseándoles “feliz cumpleaños” y lo cantamos hasta en inglés. Sí, es bonito desear felicidad para nosotros y para los demás; no solo desearla, sino contribuir a que así sea. Lo que no nos han terminado de contar es que la felicidad es transitoria, tanto como la lluvia, las olas del mar o una puesta de sol, que van y vuelven en la danza permanente que es la vida. Sí, la felicidad es pasajera: también llegan momentos de tristeza, dolor, angustia, que no es que empañen la existencia, sino que la matizan.
Esos estados que no nos gustan, y sobre los que en muchas ocasiones renegamos, también son transitorios. Sí, tenemos momentos de agobio, en los que podemos perder la perspectiva de este viaje espléndido que estamos viviendo, instantes de desconsuelo o enfado, tiempos de turbulencia en los cuales creemos que el huracán en el que estamos metidos no va a terminar nunca. Y anhelamos la felicidad como un tesoro, que desde la concepción guerrerista de vida tenemos que conquistar, como si fuese un territorio objeto de cruzadas y luchas. Creo, cada vez con mayor firmeza, que la cosa no es por ahí. Sí existen y son posibles espacios de bienestar y de bien ser a los que podemos tener acceso. La felicidad prometida como la meta tras subir una gran cuesta es solo un canto de sirena. ¿Para qué nos conformamos con la felicidad, transitoria, cuando podemos vivir en algo más sublime? El gozo es, en verdad, vivir los Cielos en la Tierra.
Estar en gozo es estar en plena conexión con nosotros mismos y con Todo, en otras palabras, tener consciencia de la conexión esencial con la Divinidad, como quiera que le comprendamos y llamemos. Es por eso que el gozo puede ser permanente, pues el darnos cuenta de que estamos conectados todo el tiempo con la Fuente es una experiencia inenarrable, ante la cual las palabras no alcanzan. Es el arrobo místico de los santos, que intentan transmitirnos en sus escritos y plegarias. En gozo caben tanto la alegría como la tristeza. Podemos llorar profundamente y si tenemos consciencia de estar conectados ese llanto va a ser una notable experiencia de aprendizaje. Desde la conexión esencial, el gozo emerge como admiración por todo cuanto existe, todo lo vivido; es allí cuando nada nos turba ni nos espanta, pues nos reconocemos como parte de un Todo amoroso, más allá de las circunstancias evidentes. Cuando respiramos conscientemente y ensanchamos el pecho nos henchimos de gozo. Le invito a que haga la prueba.