La flor, agradecida, recibe la lluvia y el viento; espera tranquila al colibrí y a las abejas. No tiene un solo momento para dejar de estar en gozo, para lamentarse o para desconectarse de su esencia. Incluso si es cortada, sigue en profunda conexión con lo que es. Nosotros podemos vivir lo mismo.
El gozo es algo mucho más profundo que la alegría o la felicidad. Nos dicen que tenemos derecho a ser felices, que vinimos a estar alegres; lo cierto es que no siempre lo estamos, lo cual no es bueno ni malo, sencillamente es. Podemos dar la bienvenida a la tristeza, al dolor, a la apatía, al sin sentido. También nos dicen que estas emociones y estados son negativos, en un claro juicio de valor que es producto de la mente, de nuestros egos que cuando no están integrados rechazan la vida tal como es y viven en la ilusión de la fragmentación, de la dicotomía que estamos llamados a trascender. El famoso cuento chino “Bueno, malo, quién sabe”, que no es un cuento tan chino sino que refleja gran sabiduría, nos ilustra ampliamente sobre la relatividad de nuestros juicios hacia la vida, el calificar algo de negativo o positivo. Quienes no conozcan el cuento lo pueden encontrar en la Internet.
No podemos estar todo el tiempo felices, pero sí podemos estar gozosos. El gozo es un estado del ser, una manifestación del amor que habita en nosotros, del amor que somos. Por ser esencial, no depende de lo que nos ocurra ni de cómo lo valoremos, sino de nuestra más íntima conexión. Si en los momentos de alegría estamos centrados en nuestro ser, agradeceremos lo que ocurre; podemos inhalar, exhalar y sentir el poder de la vida en ese instante. Y como lo que no es esencial resulta transitorio, cuando la alegría y la felicidad se vayan y emerja la tristeza, cualesquiera sean las razones, si continuamos centrados en nuestro ser también podremos agradecer, respirar y seguir sintiendo el poder de la vida en ese momento, que puede ser doloroso, frustrante o traumático.
Allí está el gozo, en esa conexión profunda, en reconocer a la Divinidad en cada momento de nuestra existencia, divinidad que no solo está afuera sino también en nuestro interior. Más que derecho a ser felices, frase de cajón que nos limita pues cuando estamos tristes estaríamos en contravía de la vida, tenemos derecho a estar en conexión, en gozo. ¡Eso es otra cosa! Estando en gozo podemos desidentificarnos de las emociones transitorias, soltar los eventos traumáticos, reconocer en los duelos y la enfermedad física, maravillosas oportunidades de aprendizaje profundo, al igual que los eventos que nos gustan. En gozo podemos expandirnos, trascender las limitaciones dicotómicas y alcanzar el máximo potencial que podemos desarrollar ahora.
En gozo podemos hermanarnos con las otras personas, pues estamos hechos de lo mismo, solo que en diferente proporción. Podemos ser compasivos con el otro en sus errores y jubilosos en sus triunfos. En gozo somos realmente uno.