Una de las cosas más difíciles en la vida es ser congruentes, pues implica un ejercicio permanente de auto-observación y pleno reconocimiento de la conexión esencial.
Me parece muy importante que registremos -con nuestro corazón, nuestra cabeza y todo nuestro ser- dos hechos fundamentales en la existencia, que pasan desapercibidos por el ritmo vertiginoso con que llevamos la cotidianidad, así como por el afán de lograr resultados y obtener reconocimientos: el primero, que siempre estamos conectados con la Fuente, pase lo que pase, hagamos lo que hagamos.
El Amor, la fuerza creativa más poderosa que hay, no depende de nuestros pensamientos, sentimientos o acciones, puesto que es previa a nosotros: de ella provenimos. Desde nuestro libre albedrío la podemos reconocer o no, activar en nosotros o no, o quedarnos con la noción de amor en minúscula, ese que expresamos muy fácilmente con la boca, pero que no siempre cumplimos en los actos.
El segundo, que siempre tenemos consciencia, en algún nivel, en algún grado; la inconsciencia absoluta es imposible. El quid de la vida consiste en armonizar la conexión con la consciencia, si es que queremos salir de los automatismos que nos entorpecen nuestro recorrido existencial día a día. Ah, pero se nos atraviesa el ego, ese compañero fiel, fundamental en la primera infancia para desarrollar nuestra individualidad, pero que se hace bastante estorboso a medida que crecemos. Cuando no podemos identificar las maneras en que las cuales el ego se manifiesta cada día en nuestras vidas nos comportamos como si fuésemos marionetas, cuyos hilos son movidos por fuerzas que no vibran en el Amor. Es ahí donde juega un papel fundamental el darnos cuenta, hacer un alto para usar nuestra capacidad de observarnos a nosotros mismos y tomar decisiones que nos permitan alinear lo que pensamos, sentimos, decimos y hacemos. Vivir en belleza, verdad y bondad.
Por supuesto, la toma de consciencia tiene costos que muchas veces no queremos asumir: dejar de ser el centro de atención, postergar el placer, asumir el error, reparar el daño, acumular aplausos y dinero…Cuando estamos montados en el ego, sin verlo ni integrarlo, podemos pasar por encima de quien sea o lo que sea, incluso de nosotros mismos. Es entonces cuando perdemos nuestra congruencia interna, por no ser consecuentes con el mandamiento del Amor, pues lo podemos considerar lejano y de difícil aplicación en una cotidianidad que nos exige velocidad, imagen enaltecida y resultados de eficiencia, todo envuelto en el empaque engañoso de la felicidad como objetivo de vida, a cualquier precio.
En la medida en que guardamos congruencia con nuestra misión esencial de Amor, experimentamos el gozo, ese estado del ser que nos permite la plenitud. Definitivamente, lo merecemos.