GUILLERMO LEÓN ESCOBAR | El Nuevo Siglo
Martes, 17 de Abril de 2012

Juan Jaramillo

 

Me avisaron de su muerte su padre y un hermano. Me dijeron desde la fe que se había marchado y no pude menos que recordar a Miguel Hernández con aquello de “Yo quiero ser llorando el hortelano de la tierra que ocupas y atesoras compañero del alma tan temprano” o del gran Don Antonio en su reclamo “Tu voluntad se hizo Señor contra la mía” o la magnífica de “Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar que es el morir” y llegar así al “¿Qué se fizo el Rey Don Juan, los infantes de Aragón que se fizieron? Desde donde se encuentre debe estar recordando los momentos en que antes de colocarnos críticamente frente a los sucesos lo hacíamos frente a las ideas.

Pero qué digo: ¿desde donde se encuentre? No, Juan es de Paraíso porque si bien dudó de muchas cosas nunca lo hizo de la resurrección de Cristo”. “Si él no ha resucitado, vana es nuestra fe”. No creía en cosas que ambos juzgábamos opinables y en las que el paso del tiempo nos ha dado la razón. No era dogmático como aquellos que se ocultan y se agazapan detrás de su opinión y la declaran verdad y, si se los permiten, dogma. Tenía una propuesta para entender el vivir y le fascinaba dudar porque le encantaba pensar y no como muchos que nunca dudarán porque no anhelan salir de las seguridades que da la ignorancia.

“Una muerte como esta empobrece la tierra”. Nadie, o casi nadie, hablará de ella porque fue un ser humano de bien, honrado hasta el extremo; incisivo en argumentar pero lleno de delicadeza con su adversario; fue docente, magistrado auxiliar; era brillante pero las instituciones no lo merecían. Llegará el día en que al aplicar la “verdadera meritocracia” se verá cuán pocos son los que deberían regir destinos sociales, comunitarios y nacionales. Buen abogado, porque sabía mirar tras el telón de las intrigas dónde estaba la trampa y cómo había que responder a ella. Construyó con ayuda de su señora un hogar digno, de estético sentir, respetuoso de libertades y responsabilidades nacientes en sus hijos.

Mis obligaciones de fuera de Colombia me privaron de su entendimiento, pero lo sentía cada vez que disputaba conmigo mismo.

Pienso que hoy me reafirmo mayormente en esa sabiduría que afirma que “la vida se cambia, no se pierde”. Y moleste a los teósofos que se molesten aspiro a encontrarlo de nuevo en el Paraíso.

Nadie fuera de los suyos y de unos pocos amigos se ocupará de su recuerdo porque hizo el bien y nunca el mal a nadie. Nosotros sí, porque recordar es esa pequeña eternidad que ofrecemos a quienes amamos.

Ya él no es en el tiempo sino en la eternidad, pero esta página debe acompañarlo en su tránsito hacia su Pascua con su Creador y debe ser homenaje a un colombiano que no nos avergonzó, sino que nos honró en cada momento de su existir.

guilloescobar@yahoo.com