El Catatumbo, una región emblemática del Norte de Santander, se ha convertido en el epicentro de una preocupante crisis de seguridad que reclama la atención y auxilio del país entero. Este territorio, estratégico por su proximidad a Venezuela y alejado de las grandes ciudades, enfrenta una dura realidad marcada por el control y enfrentamiento de grupos armados ilegales, la economía ilícita y la ausencia de una autoridad estatal robusta como permanente.
La problemática del Catatumbo no es reciente. Tiene raíces profundas que se remontan a la construcción del oleoducto, una obra que despertó el interés del Eln por el potencial de recursos que podía generar para su supervivencia y desarrollo. Por lo tanto, a partir de este progreso energético, esta guerrilla ha realizado ataques sistemáticos a la infraestructura, afectando no solo la seguridad del departamento, sino también su ecosistema y medio ambiente; aquella práctica conocida como "ordeñar el tubo" se volvió cotidiana, trayendo consigo un paisaje de destrucción y desasosiego para los habitantes.
Por su parte, el frente 33 de las Farc consolidó su presencia en la región, desde La Gabarra hacia el norte, tomando el control de los cultivos de coca, y el procesamiento de base de cocaína junto a su comercialización y tránsito por el sector de precursores, como de personas. Este dominio ilegal sometió a las comunidades rurales y generó una dependencia tanto económica como social frente a la dinámica del narcotráfico. Al mismo tiempo, la riqueza petrolera de la región, que podría haber significado progreso y desarrollo, ha quedado inutilizada por la constante amenaza de los grupos armados y falta de inversión en infraestructura que permita su explotación.
En el presente, la situación se agrava por la ofensiva del Eln para extender control territorial y apoderarse de la producción y comercialización de coca; esta lucha por el dominio de la región no solo intensifica la violencia, sino que también aprovecha la cercanía con Venezuela, un país con limitadas capacidades para ejercer autoridad en la frontera. La cooperación transfronteriza parece un sueño lejano mientras las rutas ilegales florecen sin resistencia significativa.
El accionar del Eln en el Catatumbo puede leerse también como un último intento por fortalecer su posición política y económica, en momentos en que la organización enfrenta el desgaste de sus ideales y un futuro incierto. Como sucedió con el “cura Pérez”, el Eln parece atrapado en una espiral de delincuencia y terrorismo, alejándose de cualquier causa legítima que alguna vez los haya inspirado.
El Catatumbo necesita atención inmediata, no solo en términos de seguridad, sino con visión integral que contemple la presencia del Estado, oportunidades económicas lícitas y el compromiso con la reconstrucción del tejido social. Si no actuamos, esta región seguirá siendo territorio olvidado, donde la violencia dicta las reglas del juego.