En Colombia y el mundo los pronósticos para el año venidero no son los mejores, el planeta permanece convulsionado, no aprendimos de la pandemia, las guerras de Putin en Ucrania y la de Israel contra Hamas proseguirán, habrá más enfrentamientos entre países, resulta preocupante el estado de salud del Papa Francisco, en nuestra Nación parece imposible que la gestión administrativa mejore, con mermelada se intentará la aprobación de los proyectos de ley denominados sociales casi todos con ostensibles visos de inconstitucionalidad; sin embargo, a pesar de lo anterior los seres humanos subsistiremos y trataremos de encontrarle al 2024 la parte positiva.
Aspiramos que los guerrilleros cesen sus demenciales incursiones, a que no prosiga la mano tendida para delincuentes, que se logre recuperar la decencia en el desempeño de cargos públicos y eleve el ejercicio de la actividad política.
Sea la celebración de la noche de Año Nuevo propicia para reiterar agradecimientos a los profesionales de la salud, a los médicos laboratoristas, enfermeros, ellos merecen el reconocimiento colectivo así el ministro actual quiera demeritar su trabajo e inclusive sugerir que estuvo mal la traída de vacunas cuando esta fue oportuna y exitosa.
El último día del 2023 en las reuniones familiares y amistosas se debe brindar, degustar uvas, saltar, en lo posible darle la vuelta a la manzana con maleta vacía si aspiramos a viajar, abrazarse, besar, hacer que prive la cordialidad y sobre todo impedir que lleguen noticias del contradictorio gobierno Petro a aguar la fiesta.
Nos crecemos ante las dificultades, anhelamos que el futuro sea prospero, vivir en paz, que haya empleo, educación, salud, son deseos generales sin respuesta positiva de los dirigentes, los reiteramos porque lo imposible es aquello que no se intenta.
La tradición de las festividades de Navidad y Año Nuevo acerca, alegra aún a los no creyentes y se esparce por los cinco continentes, vienen años buenos y malos, el que ya llega es bisiesto y esa condición no gusta a muchos, afirman que en la historia coinciden con calamidades, suposiciones que conviene desechar y con mayor razón estar dispuestos a vivir positivamente cada minuto de los próximos doce meses.
El año nuevo posee magia, comienza su historia en la antigua Roma, recordamos que en el año 47 antes de Cristo el Emperador julio Cesar, asesorado por un astrónomo egipcio de Alejandría corrigió el calendario para que el año siguiera el curso del Sol, lo compuso de trescientos sesenta y cinco días, aumentó uno cada cuatro años -el de los bisiestos- en cada enero, luego en 1582 el Papa Gregorio XIII modificó ese calendario, reafirmó que el día primero de enero inicio de cada año y pidió que fuese fecha de celebración en el mundo, su tesis fue aceptada, con excepciones de algunos estados las festividades proliferan, la gente sonríe, las amarguras disminuyen, hay jubilo colectivo.
El mundo tampoco se acabará en el 2024, está bien que nos reunamos y gritemos: ¡Feliz Año Nuevo! Eso haremos.