Hemos caído en una trampa de extremos: neoliberalismo de derecha o populismo de izquierda. Colombia no ha entendido que es necesario explorar otras avenidas, y si alguna vez lo ha intentado, ha sido con timidez y poca voluntad. Tal vez pudiéramos pensar en que López Pumarejo intentó salirse del esquema ortodoxo implantado desde 1886 por Núñez y Caro, y con mayor cautela, Belisario Betancur quiso moverse hacia un centro político, más no económico. De resto, nuestra historia económica y política liderada por los partidos tradicionales hasta hace seis meses se ha ubicado en lo que algunos consideran centro-derecha.
Lo cierto es que Colombia ha avanzado con “nadadito de perro” más que la mayoría de sus vecinos, pero continua en una senda de mediocridad, tanto en la esfera social como en la económica. Hoy tenemos unos sectores empresariales que crecen y sostienen la economía en medio de una pobreza creciente y un enorme desencanto popular.
Hace años, Álvaro Gómez se adelantó a su tiempo al proponer un “Estado desarrollista” planificado, y planteó la tesis de que era necesario romper el esquema político-económico materializado en lo que él denominaba el régimen, apelando para ello a un “acuerdo sobre lo fundamental”. Su invitación cayó en el vacío, no se entendió. Mientras tanto, el país político continuó su camino errático y los partidos se derrumbaron perdiendo la esencia, hasta convertirse en meras máquinas electorales sin sustancia programática. Durante los años de declive de los partidos históricos se fueron vigorizando las fuerzas de izquierda en diferentes frentes: el electoral, los sindicatos, la academia, los jueces, la juventud desilusionada y los pobres abandonados, hasta lograr en los últimos comicios un notorio incremento en el número de congresistas y, luego, la elección del primer mandatario de izquierda en doscientos años.
La negociación con la guerrilla de las Farc se convirtió en un pretexto distractor, útil para convocar a la batalla en rincones extremos a las fuerzas tradicionales y a los nuevos actores de izquierda. El voto por el referendo al acuerdo de paz y la elección de Gustavo Petro terminaron en una distribución pareja de los dos grandes bandos y en una nación polarizada. Y ahí seguimos, sin que podamos anticipar un acercamiento que conduzca a un pacto similar al de La Moncloa en España, mediante el cual se aglutinen la mayoría de sectores ideológicos y políticos alrededor de un programa de largo plazo que dinamice las fuerzas productivas y, a la vez, alivie las condiciones de la población desfavorecida.
Solo unidos en un difícil, pero necesario acuerdo de voluntades, podremos derrotar, en el largo plazo, los profundos problemas estructurales que afectan a nuestra sociedad, entre los cuales vale mencionar las desigualdades entre estratos y regiones, la marginalidad e informalidad de la mitad de la población, la corrupción pública y privada, el narcotráfico, la violencia y el débil y lento desarrollo económico. Un programa de cambios sustantivos debe respetar las libertades ciudadanas y de empresa, la democracia representativa con separación e independencia de poderes, la alternancia en el gobierno y el orden institucional. En las condiciones actuales de pugnacidad, tal acuerdo es muy difícil de lograr pues no hay voluntad de las partes para sentarse a dialogar, ni el gobernante aceptaría una negociación que afectara el mandato de sus electores.
¿En qué consistiría hoy el acuerdo sobre lo fundamental? Debería contener tres grandes asuntos: el fortalecimiento de las instituciones políticas, un programa de equidad afirmativa para la población pobre y marginada y un plan de crecimiento de la economía sustentado en la iniciativa privada con el apoyo del Estado. Parece simple, pero no lo es.
En el primer plano, debemos movernos en la dirección de la protección social en las áreas de salud, educación, pensiones, vivienda, empleo formal e ingreso familiar mínimo, lo cual es posible alcanzar en el mediano plazo. En el aspecto económico, Colombia debe avanzar hacia una economía 4G sustentada en la industria digital, la minería regularizada y la explotación de la capacidad agrícola. Y en lo institucional, debemos fortalecer la seguridad interna, la justicia independiente y el ejercicio democrático.
*Rector Universidad Central