¿De qué sirve le sirve a un joven dedicar los años más importantes de su formación al aprendizaje del latín y el griego antiguo, un par de lenguas muertas? Una respuesta es que, inclusive hoy, una educación clásica tradicional prepara a un alumno para convertirse en el primer ministro de Gran Bretaña. Esto demuestra el caso de Boris Johnson, actual residente en el número 10 de Downing Street y otrora estudiante de filología clásica -puntualmente, Literae Humaniores- en Oxford.
Johnson forma parte de una larga tradición de primeros ministros versados en las lenguas clásicas; el último fue Harold MacMillan, quien, tras ser herido en la batalla del Somme, leyó a Esquilo en griego mientras se administraba dosis de morfina. Pero la política no es el único campo donde se puede destacar un conocedor de la literatura grecorromana.
Según la revista The New Criterion, el magnate petrolero J. Paul Getty, quien llegó a ser el hombre más rico del mundo en la década de los 1960, solía contratar a filólogos clásicos para que administraran su imperio mercantil porque, según él, vendían más petróleo que los egresados de las escuelas de negocios. Getty, quien aprendió griego y latín en su niñez, “entendía que, en el mundo empresarial, el dominio de la construcción pasiva perifrástica es una calificación más importante que un MBA (pecunia obtinenda est!)”.
¿Son obsoletas tales teorías en la era digital? El ejemplo de Mark Zuckerberg sugiere que no.
Antes de ingresar a Harvard, el fundador de Facebook estudió las lenguas clásicas en la Phillips Exeter Academy, donde leyó La Eneida, cuyas frases latinas ha citado desde la cúpula de la red social más grande del mundo. De hecho, Zuckerberg admira abiertamente a César Augusto, algo que asusta al historiador Niall Ferguson dada la brutalidad con que el primer emperador romano pacificó al mundo conocido.
En La Ilíada, Aquiles canta las grandes hazañas de los hombres; los anteriores referentes sugieren que el aprendizaje de las lenguas clásicas puede conducir a ellas. Pero la lectura de los antiguos en sus lenguas originales es un fin en sí mismo.
Pocos en Colombia comparten dicha apreciación. Por eso es tan lamentable el reciente fallecimiento de Luis Enrique Nieto Arango (1947-2020), quien, como director de Patrimonio Histórico y Cultural de la Universidad del Rosario, cumplió una labor ejemplar en la preservación del Archivo Histórico del Claustro, el cual almacena una importante colección de libros en latín.
Durante el tiempo que, con suerte, trabajé con él, Nieto brindó su apoyo para la clasificación y digitalización de los volúmenes de la Biblioteca Antigua. También respaldó la oferta de nuevos cursos en las lenguas clásicas, la organización de foros con académicos de primer nivel y la adquisición de un material bibliográfico en el área de los estudios antiguos que es difícilmente asequible en América Latina.
Gracias a su labor, las siguientes generaciones tienen a su alcance lo mejor de la cultura clásica literaria; lograr grandes hazañas con este magnífico legado está en sus manos.