Creo que todos los seres humanos, y si hay excepciones son pocas, hemos herido a otros y hemos sido heridos, nos hemos hecho daño, una y muchas veces. Nuestras historias personales, familiares, sociales, nacionales y globales están marcadas por dolores no resueltos, penas no elaboradas y mucho –mucho- contenido inconsciente de rabia, miedo y dolor. Todo ello es parte del currículo de la escuela vital.
Conocemos mucho nuestros dolores, pues probablemente hemos dado varias vueltas sobre ellos, en espirales que pareciesen infinitas y que como agujeros negros absorben nuestra energía. Ello ocurre porque aún no hemos realizado los aprendizajes que a través de esas experiencias amargas podemos efectuar, bien por negligencia o bien porque hay información que aún no se ha revelado y permanece encapsulada en el inconsciente, individual o colectivo. Nada ocurre al azar, ningún acontecimiento, idea o sentimiento se escapa del sentido total con el que se teje la trama de la vida. Entonces, cuando nos preguntamos por el propósito fundamental de las experiencias de desamor que estamos viviendo, los significados terminan por revelarse en el momento oportuno. No antes.
El desamor es una ilusión, pues en la base de todo cuanto existe están el amor y la luz, incluso en los eventos que nos parecen más espantosos. Desde una perspectiva corta de la existencia nos costará mucho trabajo, o de plano será imposible, reconocer que los golpes que nos damos unos a otros puedan hacer parte de una red de amor. Por el contrario, creemos que la vida es injusta y que definitivamente esta vivencia en la Tierra se da por una condena permanente a ahogarnos en un valle de lágrimas. Sí, muchas veces no encontramos la salida y continuamos en el encierro de la mátrix. En ella la esperanza se agota, el dolor parece interminable y la vida, un martirio. En últimas, rabia y miedo tienen como sustrato los dolores no sanados y en la visión estrecha de la existencia parece no haber nada más.
Desde una óptica ampliada, podemos percibir la vida como un gran escenario. Es al entrar en ese universo expandido cuando emergen las respuestas a las preguntas que nos hacemos sobre las encrucijadas del alma: si en los momentos de oscuridad seguimos confiando en que la vida es poderosa, que el amor y la luz son reales y que hay algo más grande que aún no podemos ver, paulatinamente se develarán los propósitos de esas experiencias de miedo, rabia, culpa, frustración, caída, esos dolores que aún arrastramos y que podemos sanar, integrar y trascender. Para ello es fundamental orar, meditar, conectarnos interiormente. Cada quien puede encontrar múltiples recursos para sanar. Uno de ellos es el Ho´oponopono: “Lo siento, perdón, te amo, gracias”. Cuando pronunciamos esas palabras con plena consciencia y con la intención de sanar con alguien, la energía se va transformando en una espiral ascendente y los sentidos vitales del dolor se revelan. Sanamos nuestras heridas cuando comprendemos para qué ocurrieron y agradecemos por ello. Ahí hay amor.