Tiene adecuada formación académica, ha sido funcionaria y fue primera dama. Sobre todo eso: primera dama. Porque a eso es que Hillary Clinton le debe su candidatura.
Conoció a su marido en la universidad pero desde el principio estuvo claro que el líder carismático era él, siempre marcado por el afán de emular al presidente Kennedy.
En todos esos frentes, ella siempre estuvo a su lado pero, eso sí, desarrollando un rol desconocido: el de primera dama intelectual y activista.
Y aunque mujeres intelectuales y activistas hay muchas, ninguna había sabido, o querido, explotar a fondo su condición de acompañante en la primera línea de la toma de decisiones.
De hecho, se comenta mucho aquí, en Washington, que ella influyó decididamente en la escogencia de Barak Obama como joven orador en la convención que le catapultó al Senado, primero, y a la Casa Blanca, después.
Lo cierto es que desde ese momento se creó un vínculo perdurable con el bien amado discípulo: hoy por mí, mañana por ti. Y llegado el momento, los Clinton fueron los principales promotores de una candidatura que no tuvo mayor obstáculo en derrotar a los candidatos republicanos.
En esta larga cadena de favores, Obama no sólo la acompaña en su candidatura al Senado sino que, ya instalado en el Salón Oval, la nombra Secretaria de Estado. No es que le hiciera falta, como a él tampoco le hizo falta, un cargo en el Ejecutivo. Pero esa fue la mejor manera de ponerse en la fila se espera.
Como sea, su paso por la Secretaría no pasó inadvertido. En la práctica, ella fue la encargada de poner en marcha las ideas de Obama en materia de política exterior: poder blando, diplomacia pública, multilateralismo, diálogos y acuerdos a diestra y siniestra, pero también aventuras militares que, en semejante cóctel, solo podían terminar en resonantes fiascos e incordios.
En resumen, Hillary es una afortunada e influyente primera dama que explota el poder mediante una larga cadena de favores, se empeña en continuar con las tendencias dinásticas que también florecen en los EEUU, pero obtiene un pálido desempeño en cada una de sus actuaciones en el servicio público.
En definitiva, más allá de ofrecer la llamativa posibilidad de que una mujer ocupe por primera vez la Presidencia, es poco lo que pueden ofrecer ella y un partido como el Demócrata, estéril en liderazgos, continuista y a todas luces estancado frente a los delicados interrogantes estratégicos propios del sistema internacional actual.