Ni la imaginación ha podido describir el momento aterrador que estamos viviendo los humanos en estos primeros meses del 2020. Fueron los epidemiólogos los que, calladamente, advirtieron que un mal como el “coronavirus” era posible. Tantos informes, libros y novelas sobre la capacidad infinita del hombre, y, éste, orgulloso, admirándose a sí mismo, hablando de las maravillosas investigaciones del Silicon Valley, de los logros de los laboratorios americanos, europeos y asiáticos, de las inversiones que crecían, de la riqueza inmensa que dio lugar a esta civilización del hedonismo capaz, también, de encontrar en el Universo el remoto origen del planeta tierra y las ondas que prueban el principio de la relatividad de Einstein. Habíamos, se pontificaba, dejado atrás y para siempre la senda de los animales y ya estábamos recorriendo la senda de los dioses. No teníamos límites: la clonación humana, la robótica, la conquista del espacio. Pero, ahí estaban los peligros. ¿Fue la Inteligencia Artificial la que creó el Covid-19 o fue la perversión del Homo Sapiens?
La soberbia cegó nuestras mentes y no se nos ocurrió averiguar por algo más simple: por los remedios que usó Noé para conservar la vida en el Arca.
El cáncer, el ébola, el sida, fueron advertencias desoídas porque la dinámica de los algoritmos nos permitía predecir el futuro del Edén. Para colmo de la mala suerte ningún Pascal contemporáneo se ha encontrado, por casualidad, con la penicilina para parar la pandemia.
Los mandatarios de las naciones poderosas cuidan y acrecientan las santabárbaras y con pulsar un botón pueden destruir a los países adversarios. Pueden destruir la vida pero no han podido destruir la muerte. Tampoco han intentado en serio acabar con la pobreza y el hambre. Pero no es de los gobernantes la culpa de lo que ahora nos pasa. Todos ellos, a todos los niveles, andan a tientas para ver si se puede lograr el milagro de sobrevivir. No es hora de las culpas sino de las soluciones.
Por eso, indagar sobre el futuro de los sistemas de gobierno es parte de nuestra soberbia. Harari, el profeta fallido del “Homus Deus”, ahora vaticina los nuevos tiempos. ¿Para qué? Si a ese Superman, Luthor, el mal, le inoculó kriptonita y no podrá volar para regresar la tierra a los días en que estábamos sanos. Nosotros, con la humildad de los creyentes, imploramos a la divina providencia y conservamos la esperanza.
Los dejo con apartes de un poema de la escritora victoriana Kathleen O´Meara (1839-88), que ayer me enviara mi amigo José A. Gómez Hermida:
…Y la gente se quedó en casa y leyó libros y escuchó y descansó e hizo ejercicios e hizo arte y jugó y aprendió nuevas formas de ser y paró y escuchó más en profundidad.
Alguno meditaba, rezaba, bailab, alguno encontró la propia sombra y la gente comenzó a pensar de manera diferente y la gente se curó.
Y en la ausencia de gente que vivía de manera ignorante peligrosa sin sentido y sin corazón, también la Tierra comenzó a curarse. Y cuando el peligro terminó y la gente se encontró sufrieron por los muertos e hicieron nuevas elecciones y soñaron nuevas imágenes y crearon nuevos modos de vivir y curaron completamente la Tierra de la misma manera que se habían curado ellos...