HORACIO GÓMEZ ARISTIZÁBAL | El Nuevo Siglo
Miércoles, 26 de Diciembre de 2012

Zoología política

 

La compleja y contradictoria política se ha prestado para toda clase de calificaciones, comparaciones, interpretaciones y valoraciones. Churchill expresó: “La política se inventó, no para que los pueblos vayan al cielo, sino para evitar que vayan al infierno”. Napoléon, con soberbia satánica gritó: “Prefiero ser odiado y temido a ser amado y traicionado”. El Maestro Valencia dijo: “Laureano es el hombre tempestad, a quien solo se puede amar u odiar”…En mi libro Decadencia del pueblo colombiano- con tres ediciones agotadas- expreso “¿Y cómo es la mirada del político envidioso? ¿Mira de reojo con la cabeza gacha, con los ojos del voyerista, por una rendija? ¿Y qué siente el político envidioso? Amargura aviesa y rencor impotente ¿Y qué comenta? A pulmón pleno sostiene que jamás ha sentido envidia por nadie…”

Hablemos ahora de la semejanza de los políticos con algunos animales. Néstor Gustavo Díaz B., con humor negro comenta: El águila es soberana, imponente, no resiste el cautiverio, ni se alimenta de moscas,  pero las moscas si se alimentan de éstas. El halcón es veloz, rápido para capturar y destruir la presa. Es muy utilizado en la cetrería para que ataque en el momento preciso. La pantera, de gran hermosura, sabe mimetizarse para traicionar certeramente en el momento crucial. Los reptiles viven en el suelo, se arrastran de una manera repugnante, soportan insultos, ofensas, pero logran su cometido. Los burros son los eternos cargaladrillos, viven sobrados y se conforman con las migajas del poder. Los simios son graciosos, zalameros, andan en manadas y siempre rodean al fuerte. Los caimanes, -aún existen 7 en el río Magdalena-, son absorbentes, todo se lo tragan con sus bocazas descomunales. Los perros falderos son muy amables, gozan de gran simpatía, son repetidores de todo lo que dice el amo.

Un amigo mío comentaba: En la zoología política también se conocen los leones. Impresionan al principio con su pelambre dorada, sus colmillos afilados y sus garras temibles. Pero un día cualquiera fueron encerrados en una jaula de hierro y acero. El encierro feroz los debilitó y los sometió. Luego el domador sutil y astuto entra a la jaula y con varillas encendidas, el azote restallante o el petardo ensordecedor lo obliga a ejecutar saltos, a correr a golpes del látigo.

Nada tan doloroso y triste con el espectáculo de las fieras amaestradas. Pocos caudillos en nuestro medio son como el hierro. Se rompe pero no se dobla. Con tal de lograr sus fines, aceptan los posible y lo imposible, lo aceptable y lo odioso y, lo que es más grave, terminan pisoteando sus grandes convicciones morales. Son seres de fines, no de principios. Un político muy versátil en Colombia, de fama nacional, cínicamente explicaba: “Ni yo, ni la veleta cambiamos… Los que cambian son los vientos que soplan”.