Horacio Gómez Aristizábal | El Nuevo Siglo
Sábado, 17 de Octubre de 2015

Indispensable capacitar fiscales

LA  Fiscalía y la Justicia Penal de Colombia tienen que ponerse necesaria­mente a la altura y aun sobrepasar los medios esgrimidos por la delin­cuencia moderna, para así poder prevenirla o reprimirla con éxito. Así lo ha repetido una y mil veces Eduardo Montealegre. Esto se logrará con una adecuada preparación técnica del personal y un alto concepto de la difícil misión del orden por parte de la comunidad; más que en ninguna otra actividad, en ésta se impone la más exigente especialidad para lograr técnicos en criminalística y afrontar con eficacia a los muy habiles y recursivos enemigos de la convivencia.

La universidad colombiana forma al profesional “orquesta”. Es decir, un egresado que sabe de todo. Es un océano de conocimientos con un cen­tímetro de profundidad. Su única preocupación es conseguir un empleo. Un alto porcentaje se incorpora a la Fiscalía y a frentes de tipo jurí­dico. El anhelo es lograr buenos sueldos. Lo de si se rinde y sobresale en el empleo no es lo fundamental. Un fiscal de 24 años de edad, sin mayor experiencia, asume la enorme responsabilidad de investigar casos complejos. Como su destreza en criminalística no es profunda, el expediente crece con vacíos, vicios y fallas incorregibles. De cada cien sumarios 95se frustran. En buena parte por deficiencias procedimentales. La estadística en este punto es alarmante. Tenemos cerca de tres millones de casos y solo 120.000 presos. De estos un 40% condenados. Una reflexión desoladora surge. O estamos empapelando a miles y miles de inocentes, o el sistema es inoperante.

Los ingleses se han destacado en el apasionante tema de esclarecer crímenes horrendos. Aconsejan, para varias situaciones, hacer preguntas claves.

En relación con el “¿quién?” aconsejan: ¿quién es la víctima? ¿Quién y por qué informó el problema? ¿Quién vio o escuchó algo? ¿Quién tenía motivo para matar? ¿Quién es el posible autor? ¿Quién es cómplice? ¿Quién estaba con la víctima la última vez?

El “¿qué?” genera estos interrogantes: ¿qué fue lo que ocurrió? ¿Qué ele­mentos entran en el delito? ¿Qué saben los testigos sobre el caso? ¿Qué armas se utilizaron? ¿Qué medio de transporte usaron? El “¿dónde?” ¿Dónde se cometió el hecho? ¿Dónde se descubrió? ¿Dónde estaban los sospechosos? ¿Dónde están los testigos? ¿Dónde estaba la víctima? ¿Dónde estaban las armas? ¿Dónde vivía la víctima? EL “¿cuándo?”. ¿Cuándo se cometió el delito? ¿Cuándo se descubrió el hecho? ¿Cuándo llego la policía al sitio del suceso? ¿Cuándo fue vista la víctima por última vez? EL ¿cómo y cuánto? ¿Cómo se cometió el hecho? ¿Cómo llego el delincuente al sitio del suceso? ¿Cómo escapó? ¿Cómo se descubrió el delito? ¿Cuánto vale el daño? ¿Cómo se descubrió todo? El ¿por qué? ¿Por qué se cometió el hecho? ¿Por qué se usaron determinados  elementos? ¿Por qué nadie declara?

Hay muchas maneras de interrogar a un sospechoso. Halagándolo, asustándolo, motivándolo, incriminándolo, haciéndole saber que está perdido. La ley
prohíbe la pregunta capciosa, decir mentiras, para sacar verdades. La tortura origina la prueba ilícita. Y si el medio vitando permite rescatar lo robado, descubrir cómplices, localizar el cadáver ¿qué pasa? La inteligencia debe actuar.