HORACIO GÓMEZ ARISTIZÁBAL | El Nuevo Siglo
Lunes, 18 de Junio de 2012

La convivencia en la India

 

No es rigurosamente exacto aquello de que la guerra es partera de la historia. Tenemos el caso del cristianismo. Transformó el mundo predicando las enseñanzas más pacíficas y conciliadoras de que se tenga conocimiento. El Renacimiento italiano también protagonizó un cambio sorprendente. Y todo se hizo con la fuerza de la inteligencia. ¿Y qué decir de Mahatma Gandhi -alma grande- en la India? Logró la libertad del imperio inglés en forma reposada y tranquila. El actual embajador de la India en Colombia, Dr. Rieward V. Waeji, es fervoroso defensor de la fraternidad, los valores, la cooperación y la ayuda mutua. La India goza de especial aprecio en Colombia por simbolizar por encima de todo, la fuerza del espíritu. Toda la energía del ser humano se concentra en la fortaleza del alma.

 

Gandhi escribió hermosamente: “De mi madre, que era analfabeta pero sabia, aprendí que todos los derechos dignos de ser exaltados y preservados, el más importante es el que se relaciona con el cumplimiento del deber. Así el propio derecho a la vida no nos llega sino cuando hayamos cumplido nuestro deber como ciudadanos del mundo. De este principio fundamental es quizá fácil desprender cuales son las obligaciones del hombre y la mujer, y relacionar cada derecho a una obligación correspondiente que hay que llenar primero. Se podría entonces mostrar que todo otro derecho, no es sino una usurpación por la cual no vale la pena luchar…”.

 

En Colombia padecemos crisis del deber e hipertrofia del derecho. El afán de acumular derechos ha socavado el sentimiento del deber, que es eje esencial de nuestra vida.

Así como a fuerza de vivir para los deberes el hombre puede convertirse en un esclavo, igualmente el ansia sin medida de derechos transforma al hombre en insensible y cruel, presto a resolverlo todo por la violencia.

Se nos somete a un lavado de cerebro. Si somos niños se nos trata de intimidar diciendo: Voy a llamar a un policía, como si éste fuera el espanto y no la energía al servicio de la ley y la convivencia. Si uno es joven se le familiariza con avisos murales en algunas universidades en que se dice ¡botas no, fusiles no! Los franceses sostienen que la fuerza se  hizo para respaldar el derecho. El derecho sin la fuerza es inoperante y la fuerza sin el derecho es la barbarie. A veces, equivocadamente, se cree que la norma es un freno, un límite contra la autonomía individual. La realidad consiste en que mi derecho termina, donde empieza el derecho de mi semejante.

 

Hace poco le oí recordar a Florencio Salazar, embajador de México ante nuestro Gobierno, la sabia sentencia de Benito Juárez: “La paz es el respeto al derecho ajeno”. Gandhi, vestido de una sencilla túnica blanca repetía: “El mundo está perdido por practicar un comercio sin moral, una política sin principios y una religión sin sacrificios”.