La escaramuza que dominó las relaciones entre Colombia y Venezuela, en la cual se involucró Estados Unidos por acción de su presidente Donald Trump, quiso ser aprovechada por los guerreros de siempre. Esos que aún se duelen de los acuerdos de La Habana, los que consideran que son imperfectos, pero nada hacen para afinarlos, depurarlos o pulirlos. Ellos quieren enredarnos en una contienda con Maduro y sus Diosdados y odiados beneficiarios.
Trump mostró en la Asamblea de la ONU, colmillos, uñas y reproches contra todo el mundo. Regañó a Maduro, pero se trastornó con Duque. Anunció que en caso de guerra estaría al lado de Colombia… pero desde lejos. Y casi olvida lo de la coca y los cultivos ilícitos, pero una ráfaga mental lo llevó al tema, para amonestarnos. Al final con mucho tino, Duque logró convencerlo de que la culpa es mutua: productores y consumidores.
Los guerreros que estaban fuera de la vitrina buscaron ubicarse en el escenario, aunque fuera como actores de reparto. Su partitura es la guerra. Poco o nada les importa que nos pueda traer una confrontación. Un titular de prensa, un twitter, unos votos, un micrófono o una cámara, los lleva al clímax. Al fin y al cabo, ellos serán los primeros en salir disparados a asilarse en la nación de Trump, mientras nosotros seremos los idiotas útiles para la guerra.
El “eterno” no podía perderse la papaya y echó más leña al fuego pidiendo a los soldados vecinos disparar contra Miraflores… “en lugar de apuntar contra nosotros”. Olvida que sería uno de los más perjudicados con una invasión por ser uno de los mayores terratenientes de Colombia. Pero en fin, se trata de “robar cámara” y satisfacer ansias de guerra a costa de lo que sea.
Por fortuna hay pensamientos y voces que raciocinan, reflexionan y tienen criterio. El senador Rodrigo Lara puso a pensar a muchos. Demostró cómo una guerra nos acabará, nos diezmará, nos aniquilará. En solo unas horas o unos días, quedaríamos borrados del mapa y tardaríamos cien o más años en recuperarnos. Entre tanto los belicosos se frotarían las manos y sacarían sus réditos.
Demostró que la frontera -Cúcuta/San Antonio- es la única fuente que les queda a los venezolanos que saquean ese país para escapar con las pocas divisas que hoy quedan en Venezuela.
La guerra con Venezuela sería la mayor torpeza que se pueda ocurrir a ciertos dirigentes que piensan poco pero se lucran mucho. Ven en ella una oportunidad para ingresar de lleno a la corrupción, porque rodaría el poco dinero que aún tenemos para comprar armas, adquirir los llamados “anillos de defensa”, barcos, tanques, munición y material de intendencia. Y este país quedaría en ruinas, sin infraestructura, aislado, sin refinerías, con ciudades destruidas, millones de muertos y compatriotas deambulando –como los venezolanos- por doquier, buscando abrigo, comida, sosiego.
BLANCO: El entierro a dejar una sola Corte.
NEGRO: El desaforado presupuesto del Mindefensa. ¿Preparándonos para la guerra?
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