El desbarajuste institucional que padecemos obedece a la falta de empatía y sentido común de quienes ejercen autoridad, en su mayoría poco les interesan los humanos, menos los animales. Las palomas (Columba livia) elemento común del paisaje urbano se han convertido en el símbolo de inacción de los funcionarios animalistas del Distrito, les importa muy poco lo que predican, piensan más en la estética urbana que en la ética animal, aquí me refiero a la racional y a la no racional.
Desde la administración del alcalde Peñalosa se viene aplicando un apartheid administrativo a las palomas, pues tal como lo dicen documentos oficiales del Instituto Distrital de Protección y Bienestar Animal -IDPYBA- no se realiza ningún trabajo en favor de ellas, dejando la tarea en manos de quienes quieran hacer algo. Eso sí se nos impide, a los animales racionales que habitamos la ciudad, alimentarlas so pena de echarnos a la Policía y abrirnos sendos procesos sancionatorios.
La molestia principal, que no se explicita en los actos administrativos, es que atentan contra la dignidad del corazón administrativo de la nación y, claro que es cierto que en la Plaza de Bolívar y sus alrededores hacen de las suyas, sus deyecciones alcanzan íconos institucionales como Palacio de Justicia, el Palacio de Liévano, el Congreso de la República, el Palacio Presidencial y el Palacio Arquidiocesano, por señalar algunos.
Las palomas se cagan encima de los despachos de la justicia, el legislativo, el ejecutivo y el poder espiritual, ese es su gran pecado. La pregunta que nos debemos hacer es ¿si la inanición es el castigo por semejante afrenta ¿cuál será el que merecen algunos funcionarios que ocupan esos palacios y que la viven cagando más que las palomas? A diferencia de lo que pasa con las palomas, las cagadas de nuestros dignatarios no derruyen edificios, van más allá, derriban nuestra dignidad individual y colectiva. La memoria de Bolívar se afecta más con las acciones de los dignatarios que no cumplen sus deberes, que con las ejecutorias coprológicas de las palomas.
Que las palomas mueran de hambre, aisladas en cualquier techo y no a ojos vista en su dignísimo despacho, doctora Adriana Estrada, no significa que no sientan dolor y sufrimiento en su agónica despedida, convirtiéndose en innecesario, especialmente con un ser que como pocos tiene referencias directas en nuestro Código Civil, amén del deber que usted y todos tenemos de tratarlos con dignidad, tal como lo expresan los principios de protección, bienestar y solidaridad consagrados en el artículo 3º de la Ley 1774 de 2016.
No le parece señora directora que es hora de ser coherentes y tratar con consideración a una especie que ha hecho más por la humanidad que cagar edificios. Es más empático apostarle a una política que combine control anticonceptivo, palomares públicos y otras acciones que dignifiquen la especie, obrar con dignidad animal es apostarle a la salud humana, no simplemente dejarlo todo en manos de una política de hambre oficial como se viene haciendo.
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