Cuesta mucho trabajo entender que una persona como Donald Trump, que causó y continúa causando tanto daño al sistema político americano, anuncie desde el salón de de baile de su mansión su decisión de postularse para ser reelegido como presidente de los Estados Unidos. Se trata de alguien que estuvo sometido a dos procesos de destitución en el Congreso y que promovió una insurrección de gravísimas consecuencias días antes de la posesión del presidente legítimamente elegido, para así desconocer los resultados electorales que ya en cada estado se habían declarado como favorables a Joe Biden.
Cuesta aún más trabajo entender que haya un número apreciable de seguidores que lo veneran y lo escuchan como si su palabra fuera infalible. Y que están dispuestos a pasar por alto comportamientos no admisibles en un jefe de Estado o en cualquier ciudadano, y que no registran los daños que causó en las relaciones internacionales al debilitar el orden internacional y desconocer tratados y convenciones de la mayor importancia.
Quién se iba a imaginar que un empresario controvertido, que al parecer había llegado a la vida política sin mayores ilusiones con respecto a una eventual victoria electoral, se iba a convertir en un obsesionado de la lucha política. Y ello en un estado de negación de lo que ocurrió en su gobierno y de lo que ha venido acaeciendo en razón de su inaceptable actitud ante los resultados electorales y otros aspectos de la vida democrática. Y, también, en estado de negación del resultado de las elecciones del 8 de noviembre en las cuales perdieron muchos de los candidatos que él apoyó.
La ola roja no se produjo y es evidente, ahora, que por fortuna surgen varias candidaturas republicanas incluidas la de su vicepresidente Mike Pence y la del gobernador del estado de la Florida, Ron DeSantis, quien logró contundente triunfo.
El presidente Biden tiene una difícil decisión que adoptar. Se mantiene en la candidatura por la reelección o deja el espacio para que haya una confrontación electoral diferente a la de hace dos años. Y esa decisión no puede tomarse a última hora. Trump ha corrido el riesgo de anticipar su candidatura y así desafía una decisión similar de Biden. Nada fácil.
Intransigencia, desprecio por el adversario, polarización, sectarismo casi religioso, ir en contravía de los valores que han caracterizado la sociedad americana. Desprecio por el compromiso. Son los antivalores que han venido empequeñeciendo a esa gran nación y no es así como se recupera su glorioso pasado. ¿Cómo puede quien ha causado tanto daño proclamarse como el refundador de una nación exitosa distribuyendo mentiras y exageradas ilusiones?
Es bien probable que la sociedad americana en sus diferentes sectores tenga que jugarse a fondo para impedir que una segunda dosis tan nociva ponga otra vez en tela de juicio la verdadera grandeza de los Estados Unidos. Es que ya no es un tema meramente político, sino que atañe a toda la sociedad porque afecta sus más altos valores y sus mejores tradiciones.
Es creciente el consenso en torno de la idea que reclama una adecuación política de las instituciones democráticas en los Estados Unidos. Una de ellas es la que tiene que ver con el proceso de selección de los candidatos presidenciales. No parece que sea la mejor manera de acertar en una escogencia tan estratégica.