Por lo menos diez cuestiones van quedando suficientemente claras a medida que transcurre la nueva versión del paro nacional.
1- La pandemia solo fue un paréntesis en la lucha sindical prolongada, pero el presidente Duque no logró entenderlo.
2- Consumido por esa agobiante emergencia que lo mantuvo recluido en Palacio, no percibió que la “pospandemia temprana” de hoy sería aún más conflictiva.
3- En vez de protagonizar el gran salto estratégico para el que fue elegido, preparó, por ejemplo, una reforma tributaria tan deprimente como el modo en que sigue tratando de reconstruirla.
4- Candorosamente, él pensó que al retirarla y hacer ¡otro! enroque ministerial ya tendría superado el disgusto popular, desaprovechando la oportunidad de ensamblar un gabinete de reconciliación nacional que lo dotara de la gobernabilidad perdida.
5- A semejante desconcierto estratégico contribuyó mucho el parricidio en que incurrió, es decir, la desatención hacia las sugerencias de su mentor, el expresidente Álvaro Uribe, quien, ya desde diciembre del 2018, detectó la grave luxación entre Palacio y sociedad.
6- Dicho, en otros términos, no haber asumido que estos cuatro años eran los destinados a la regeneración nacional, le impidió también comprender que la izquierda -en todo su derecho- sí que los convertiría en la plataforma de acceso al poder en el 2022.
7- Por esa misma razón, cuando Duque decide ahora reemprender la negociación que congeló a mediados del 2020, vuelve a caer en la trampa del diálogo desgastante.
8- Diálogo que pasó de los ocho puntos iniciales de los promotores del paro, a 108, con lo cual, quedó atrapado en las arenas movedizas de una tratativa indefinida en medio de un conflicto indefinido.
9- Llegados a este punto, algunos sectores han murmurado que se hace necesario no solo la conmoción interior sino la renuncia de Iván Duque.
Pero, con los pies en la tierra, ¿a dónde conduciría semejante tensión y qué tanto contribuiría a defender la institucionalidad, ya suficientemente afectada desde finales del 2018?
10- En síntesis, él perdió su capital político, fulminó el apoyo popular con que contaba y se convirtió en una especie de jefe de debate del Pacto Histórico que, en la práctica, pasó a tener el control del sistema social, mucho más allá de la fortaleza que, de hecho, le reportan las encuestas.
¿Acaso esas últimas encuestas no muestran que la gente de alto estrato, tradicionalmente definida como de derecha, exhibe hoy una paradójica simpatía adaptativa hacia Gustavo Petro?
¿Y acaso esa simpatía no es, en muchos casos, el síntoma de un miedo profundo a la llegada de la izquierda al poder por cuanto se percibe que, al ser inevitable el triunfo, resulta rentable -por lo menos en el plano emocional- sentirse desde ahora “pasajero del carro de la victoria”, aquel que desde la antigüedad incluía a unos y condenaba a otros al ostracismo?