Ingratitud animal | El Nuevo Siglo
Jueves, 7 de Enero de 2021

Tratar con justicia a los animales es un asunto que nos está movilizando cada vez más, con mayor ímpetu, con mayor decisión;  la generación presente viene fortaleciendo el consenso ético de hacer lo necesario para que las generaciones futuras reciban un legado institucional y cultural respetuoso de la sensibilidad de los animales no racionales. No es tarea fácil convencer a los herederos de la cultura del trato injusto (cruel, posesivo, cosificante) que movilicen sus espíritus a la orilla del buen trato, máxime cuando para muchos su relación con los animales garantiza fortuna, es decir viven de los animales, comercian con ellos, de ello dependió su pasado, viven su presente y a él confían su futuro.

La situación que por estos días me causa gran inquietud es justamente ese trato hipócrita que sostenemos con los animales, nos negamos a reconocerlos como merecedores de un buen trato, los vemos como cosas con las que podemos comerciar, transamos con ellos vivos o muertos, compramos su carne para alimento, su pieles, cuernos, uñas para accesorios y vestido, otros con algo más de suerte llegan a nuestras manos como animales de compañía, muchos más como compañeros de trabajo, los más desgraciados como objeto diversión.

En el mundo actual los animales, no nos engañemos, son mercancía, muy a pesar de algunas modificaciones plausibles que han elevado su existencia jurídica a la de seres sensibles, sin que en la práctica esto haya llevado a un cambio profundo en las relaciones entre los humanos y animales.

Lo curioso de esta relación es que a pesar del mal trato que les damos, vemos en los animales grandes opciones pedagógicas, encarnan los valores y afectos con los que deseamos educar a nuestros hijos. No lejos en nuestra memoria están las fábulas de Esopo, entre otras la hormiga y el saltamontes, el mono y el zorro, el asno y el cerdo, el gato y el ratón, con las cuales el autor, que por demás era esclavo, se atrevió a enseñar grandes verdades para la vida de manera sencilla, utilizando a diferentes animales como portadores del mensaje. Desde esa época la nobleza de los animales ha sido usada para criarnos a todos. Muchos de nosotros crecimos con los cuentos de los hermanos Grimm, recordamos el príncipe rana, el ganso de oro o el gato con botas. Disney trajo a Dumbo, la dama y el vagabundo, los aristogatos,  Tod y Toby, Tarzán, el libro de la selva, 101 dalmatas, Bambi, el rey león, y otros títulos inolvidables.

Al volvernos padres solemos recordar el potencial pedagógico de los animales, renovamos nuestra confianza en los valores que representan y a sus buenos tratos van a parar. Hoy nuestros hijos se crían con bichikids, el gallo bartolito, pepa pig… la lista es larga. En nuestra hipocresía especista confiamos al espíritu animal la formación de lo más valioso, del futuro de nuestra especie, pero nos seguimos rehusando a darles un trato justo. A nuestros hijos les heredamos la ingratitud animal.

@ludogomezm, luisdomingosim@gmail.com