Uno de los efectos colaterales de la incompetencia gubernativa del presidente Duque ha sido conducir una política exterior entre insulsa y equívoca, por decir lo menos. Y esto, entre otras razones, porque ninguna de las personas que han ejercido la cartera de Relaciones Exteriores durante el cuatrienio -exceptuando un poco a Carlos Holmes Trujillo y a Marta Lucía Ramírez- ha podido compensar dicha ineptitud. Es que cuando no se posee el talante para ejercer como canciller sin la niebla de la ideologización, se tiende a privilegiar en las decisiones de política exterior, no los más altos intereses nacionales sino los partidistas o clientelares y/o ideológicos.
No es sino caer en la cuenta de que, a raíz de las visitas diplomáticas y declaraciones de nuestro gobierno durante los primeros días de la invasión de Rusia a Ucrania, el Estado Colombiano, a diferencia de otros latinoamericanos -como Brasil, Argentina, Ecuador, Perú y México- quedó irreversiblemente insertado en la revivida y recalentada guerra fría en la condición de “cooperador incondicional (¿obsecuente?)” de los EE. UU. Lo cual está ocurriendo por no haber concebido desde el comienzo una estrategia diplomática suficientemente densa para el manejo de las tensiones con el gobierno venezolano, lo que a su vez facilitó que quedáramos supeditados a la estrategia de los EE. UU., en momentos en que estos eran gobernados por Trump, un presidente afín tanto por su ideología como por su torpeza diplomática.
En fin, para corroborar la insulsez y/o equivocaciones de nuestra política exterior observemos algunos nombramientos diplomáticos claves por la coyuntura que atravesamos. A mediados de febrero la cancillería -en decisión de última hora después de una de las “metidas de pata” del ministro de defensa hacia Rusia- acertadamente designó como embajador en la Federación Rusa a Héctor Arenas Neira, uno de los diplomáticos de más larga carrera. Pero casi al mismo tiempo el presidente Duque formalizó el nombramiento como embajador en Alemania -país clave por el papel que ha jugado y jugará en los desenlaces de la guerra en Ucrania- de Felipe Buitrago, exministro de Cultura y coautor del cuadernillo sobre economía naranja. Es decir, nombró no propiamente un diplomático de carrera sino un amigo del presidente experto tal vez en muchas cosas, menos en diplomacia en tiempos de guerra.
Dicho lo anterior se entiende por qué, durante la “Cátedra País” creada por el bicentenario del Ministerio de Relaciones Exteriores, la ministra Ramírez declaró (¿en tono de nostálgica despedida?) “en nuestro país necesitamos más que nunca tener una diplomacia activa, proactiva, con una visión estratégica de cuáles son los países que tienen para Colombia un interés estratégico de corto, mediano y largo plazo, y cómo fortalecer nuestras relaciones con esos países, cómo tener relaciones con toda la comunidad internacional en la medida de lo posible”.
Es que como sostuvo la internacionalista Laura Gil en la revista Cambio: “la ministra Marta Lucía Ramírez, a diferencia de sus compañeros amateurs de gabinete, conoce el funcionamiento del Estado y sabe leer las señales internacionales. Sin embargo, intentó restablecer la institucionalidad y fracasó”.