Hay una receta para no desfallecer, que no es otra que impedirlo. La cuestión no está en caer en la desdicha, sino en permanecer caído. Siempre hay que levantarse, encender el entusiasmo, hallarse para poder evolucionar y revolucionarse en vida, ponerse a imaginar con lo mejor de uno mismo, esperanzarse e ilusionarse, reivindicar espacios y oportunidades. Sin duda, la Declaración Universal de los Derechos Humanos, debe de hacernos más fuertes; al menos ostenta el récord Guinness mundial de ser el documento más traducido. Quizás sea también uno de los más citados. Sin embargo, aún son demasiadas las personas que desconocen sus derechos básicos como seres humanos, o se les niega, teniendo que mendigar algo que es inherente a la persona, excluyéndoles de esa universalidad de valores eternos como son la equidad, la justicia y la dignidad humana. Partiendo de que puede que hasta sea verídico, aquello que se hizo popular, de batirse más por nuestros intereses que por nuestros derechos; requiero del diálogo, como pulso para aproximarse más unos a otros.
Indudablemente, pienso asimismo, que en el mundo hay demasiadas políticas haciendo partidismo. Multitud de líderes marginan a los que no son de su corriente. No debe proponerse el bienestar de algunos con exclusión de los demás, sino el de todos. Ya está bien de poner en práctica ambiciones que arrinconan. Tampoco podemos destruir existencias. Todas y cada una de ellas tienen derecho a todos los derechos. No importan donde nazcan o vivan, su raza, etnia, religión, origen social, género, orientación sexual, opinión, discapacidad, ni cualquier otra condición. Tal vez nuestra gran misión sea reintegrarnos. Tomemos la palabra como obligación y necesidad. Tenemos que conseguir fraternizar esta diversidad, superando todos los obstáculos. Querer por sí mismo ya es poder. Nadie puede discriminar a nadie. Depende únicamente de nosotros cambiar la situación. Las peonadas sobre el tablero de la vida nos corresponden al conjunto de la humanidad. Administremos bien nuestros remos, pongamos imaginación en hacernos más humanos, en conciliar posturas y en reconciliar acercamientos.
Ahora bien, nunca podemos dejar que la vida se nos escape sin batallar por la acogida y el rescate de los más débiles, sin poner en activo un movimiento global en favor de la inclusión social, sin intensificar nuestra respuesta colectiva del abrazo. El rechazo de un mundo que se hace hostil y busca a los más indefensos para arrinconarlos, o que permanece indiferente ante el sufrimiento de los desamparados, sus moradores tienen que reaccionar más pronto que tarde, no deben cruzarse de brazos, pues aunque la herida por las injusticias sea grave, cada cual tenemos el deber de construir desde nuestro ámbito de actuación un mundo más solidario y pacífico. Desde nuestra cotidianidad diaria, nos conviene tomar medidas y participar para defender aquellos derechos que nos salvaguardan y así avivar la unión de todos los seres humanos.
Se dice, que si las operaciones de paz es la última expectativa para millones de personas, también las reconstituyentes olas han de aglutinarnos, y no descartarnos, han de ser como esa estrella que ilusiona y no sucumbe al desaliento. Nada debe estar por encima de ningún ser humano, y aún menos el afán del lucro y el capital. El horizonte ha de ser claro. Navegamos en el mismo barco. No ahoguemos a nadie con nuestras miserias, ni nos dejemos seducir por ese materialismo desenfrenado, que nos deja vacíos y sin espíritu alguno para reponernos. Hemos de tomar fuerzas, máxime en un momento en el que, desafortunadamente, irrumpe cada vez más la riqueza descarada que se acumula en las manos de unos pocos privilegiados, con demasiada frecuencia acompañada de la ilegalidad (cuidado con la proliferación de pedestales con espíritus corruptos) y la explotación ofensiva de la dignidad humana de algunos.
Ciertamente, escandaliza la propagación de la pobreza en grandes sectores de la sociedad entera, activando unas desigualdades sin precedentes en el mundo. Ante este triste escenario, no se puede permanecer quietos, ni tampoco aletargados. Activemos el sueño de vivir, donándonos. Muchas veces hay que lanzarse a tomar el barco, incluso ya navegando. Por eso, es importante dar el salto, nadar aunque sea a contracorriente, siempre que sea hacia una brújula que nos hermane, aprovechando cualquier oportunidad, dejándose ayudar, y no renunciando jamás a esa formación integral, incluida la dimensión espiritual también, al menos para poder continuar pilotando; o sea, viviendo; es decir, creciendo.