JOSÉ FÉLIX LAFAURIE RIVERA | El Nuevo Siglo
Miércoles, 12 de Octubre de 2011

Para cerrar un capítulo

La  emotiva jornada del Día Nacional del Ganadero, contribuyó a clausurar la controversia sobre la supuesta intervención de Fedegan, en la política para controlar las exportaciones de ganado en pie. Para desazón del puñado de productores interesados en distorsionar la información y dañar la imagen del gremio -por razones que ignoro-, fue el propio ministro de Agricultura, Juan Camilo Restrepo, el encargado de aclarar los determinantes técnicos que llevaron a su cartera a establecer la restricción y reiterar la autonomía gubernamental para expedir el Decreto 2000.
Con estas premisas, yo también quiero precisar el alcance de Fedegan en este asunto. Los antecedentes los consigné en la carta que dirigí al Ministro en agosto de 2010 y que mis detractores publicaron, arguyendo que había originado la decisión que adoptó el Gobierno un año después -junio de 2011- para limitar el comercio de reses. Mi comunicación buscaba advertir las dificultades que enfrentaba la ganadería. En 2009 Venezuela había roto relaciones con Colombia y la bonanza que en 2008 generó divisas ganaderas por US$ 750 millones, había terminado.
Algunos indicadores daban cuenta de una caída del 99% en las exportaciones y aumento en costos de producción. El precio del kilo en pie que había crecido, cayó entre 20% y 25%, pero no ocurrió lo mismo con el precio al consumidor. Perdimos 4 kilos en el consumo interno y se desplomó en 30% el ingreso de los productores.
El proceso había propulsado de manera irreal el precio del ganado, estimulando la liquidación del hato, especialmente de hembras, para responder a la demanda venezolana de carne y principalmente de animales vivos de Colombia, que entre 2005 y 2008 aumentó en 275%. La meta para algunos importadores venezolanos fue ganar el diferencial cambiario entre la tasa oficial y la del mercado y, para los nuestros, aprovechar la bonanza, que algunos interpretaron como “todo vale”, incluso recurrir a exportaciones ficticias.
Mi solicitud nunca fue otra, que la de andar con pies de plomo en la reapertura del mercado venezolano. Necesitábamos atajar una corrida masiva de animales que afectara el inventario -maltrecho por el comercio irregular y la ola invernal- y sus efectos en inflación y consumo. Así lo refrendé en otra carta de principios de este año, cuando prosperaban las mesas binacionales, en las que se esbozó el interés de Venezuela en adquirir 220.000 animales vivos y ni un kilo en canal.
Para entonces, cuajaban nuestros intentos para diversificar mercados de exportación y nos tomó por sorpresa la Resolución 161 del 21 junio, que autorizaba cupos de máximo 90 animales para cualquier destino y abría la exportación hacia Venezuela. Reiteré mis prevenciones -en la misiva del 1 de julio- y advertí la inconveniencia de la medida en una coyuntura diferente. De hecho, cerraba cualquier posibilidad de entrar al Líbano, que nos exigía 9.500 animales por envío.
La liberación de las exportaciones de bovinos machos, conservando medidas preventivas en materia de vientres, cerró para mí este lamentable capítulo. Sólo vuelvo al mismo para comprometer a los ganaderos en temas de envergadura. El futuro pasa por comprender las transformaciones de la economía mundial, sofisticar la oferta y golpear en donde podamos entrar con diferencial de precios y pago transparente. Un futuro matizado por una agenda crítica para el campo, que vuelve a ser bandera política con el fantasma de la reforma agraria redistributiva y más impuesto sobre el predial.