Juan Daniel Jaramillo Ortiz | El Nuevo Siglo
Lunes, 15 de Junio de 2015

¿Elogiar  al burro en una nota modesta? Esfuerzo inocuo cuando su exaltación corre por cuenta de la Biblia, donde el animal maravilloso es símbolo de industria y paz. En el Deuteronomio aprendimos los creyentes que Dios nos lo dio, por encima de caballos y carrozas ostentosas, para que realizara su labor en campos y caminos. Esto lo sabemos bien quienes desde la infancia tuvimos la suerte de faenar en siembras y ordeños entre fragancias contrapuestas en la tierra castigada de Colombia.

Abraham se levantó temprano a montar su asno, acto pequeño pero grande porque representó su obediencia a Dios (Génesis 22:3). Jacob envío 20 mulas, 10 machos y 10 hembras, para calmar la furia de su hermano Esaú. Y sus hijos viajaron a Egipto en burro con el propósito de comprar granos durante la gran hambruna. Moisés, a su regreso de Egipto de liberar a los israelitas de la esclavitud, montó a su esposa e hijos en buenos asnos para cruzar la dureza del desierto.

Los momentos culminantes son, sin embargo, la huida a Egipto de la Sagrada Familia -la Virgen María y el Divino Niño sobre el burro fiable con el noble José llevando las riendas-. Y, finalmente, la entrada de Jesucristo en Jerusalén. Los cuatro Evangelios consignan el hecho y Mateo lo interpreta como la evidencia última de humildad divina.

Cervantes dibuja el asno de Sancho como encarnación de consistencia y realismo frente a la fantasía y arrogancia perpetuas de Rocinante y su dueño Quijote.  Shakespeare adivina en el burro gracioso y pertinaz la parábola viviente de la bondad universal.  Robert Louis Stevenson delinea con afecto cálido y pesaroso los trabajos diarios del animal bíblico.

Y contemplamos también el burro  Platero en la escultura de asimetría simétrica del escultor Fernández Pimentel en el bello Parque Central de Málaga. El Platero del gran Juan Ramón, pequeño, peludo, suave, espejos de azabache sus ojos cual dos escarabajos de cristal negro. El que suelto, se va al prado y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas. Al que llamamos ¿Platero? y viene con trotecillo alegre que parece que se ríe en cascabeleo ideal.

¿Burros las Farc? Con sus patas y ojos letales remataron con tiros de gracia en la cara a un hombre bueno y valiente, el teniente Alfredo Ruiz Clavijo llevándose a sus vientres todas las normas vigentes del Derecho Internacional Humanitario.

¿Cómo ver, por Dios, el burro bíblico y legendario en máquinas de muerte? El burro precioso que mueve aún almas, cuerpos y bienes de nuestro campo azotado.

Los funcionarios públicos no tienen la obligación -ni más faltaba- de conocer la simbología de la fauna. Pero sí de saber acerca de la tracción que aún aligera los trabajos de nuestras áreas rurales más atrasadas  y  constituye tesoro para el campesino colombiano. Sueltos -roto el cese mal construido puesto que careció de verificación internacional debidamente estructurada- las Farc no fueron al prado a acariciar con su hocico. Su cascabeleo fue el de balas asesinas que están rompiendo la paciencia de este país.

No rozaron levemente a nadie. Asesinaron pérfidamente cuando, a diferencia de quien trajo paz al mundo, están de regreso para implantar su dinámica de terror.

El tiempo que resta es minúsculo. Segundos de gracia que estamos dando los colombianos para que agiten la rama del olivo.

 

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Conocí al teniente coronel Afredo Ruiz Clavijo en los cursos de ascenso de la Escuela Superior de la Policía Nacional Miguel Antonio Lleras Pizarro donde he dictado estrategias de seguridad nacional y territorial.  A sus compañeros de cohorte y en otros niveles de escalafón mi sentimiento de pesar de docente y de colombiano.