Juan Daniel Jaramillo Ortiz | El Nuevo Siglo
Lunes, 24 de Agosto de 2015

EL VERDERO DESESCALAMIENTO

Urge el cese bilateral

El objetivo inmediato del presidente Santos debería ser la iniciación de la doble tarea de información y persuasión sobre lo que significa cese bilateral del fuego. La percepción pública de esta figura la liga al cruce de brazos de nuestras Fuerzas Armadas, noción equivocada de la realidad bélica.

Los ceses del fuego no pueden seguir siendo gestos unilaterales no enmarcados dentro del esquema general del proceso de paz, sujetos a la acción militar de quienes llamó Otto Morales Benítez enemigos agazapados de la paz. Desde la firma del Estatuto de Roma y la iniciación formal de labores de la Corte Penal Internacional ha habido más de 20 procesos de paz. La mayoría de ellos han incluido ceses negociados exitosos, como el contenido en el Memorando de Entendimiento de Aceh (Indonesia) de 2001, el Acuerdo de Montes de Nuba de 2002 (Sudán). En estos ceses negociados la capacidad defensiva del Estado se preserva intacta. Las fuerzas de policía no varían un ápice su gestión.

El cese acordado implica que la capacidad militar deja de ser apalancamiento (el conocido leverage en teoría bélica) y las asimetrías pierden paulatinamente tanto valor estratégico-militar como político. El ciclo de violencia se aminora. Virginia Page Fortna (Peace Time: Ceasefire Agreements and the Durability of Peace, Princeton University Press, 2004) identifica tres puntos críticos en los cuales los ceses negociados promueven los procesos de paz:

Primero: se eleva el costo de ataques futuros y solidifica apoyo público. Así, el espectro de condena pública por incumplimiento se hace no tolerable.

Segundo: se origina un compromiso formal que toca en su médula lo que toca y afecta directamente a la población como son vidas humanas.

Tercero: los ceses negociados entrañan mecanismos efectivos, aptos para prevenir accidentes, controlar su escala y manejar su impacto, a través de instrumentos de monitoreo y verificación.

Los ceses negociados disminuyen gradualmente además el contacto entre fuerzas legítimas e insurgentes. Este es el verdadero desescalamiento en teoría bélica que significa perfeccionamiento cartográfico e intercambio de información entre las partes cuyo fin es el establecimiento de zonas definitivamente desmilitarizadas. También de asignaciones territoriales a la insurgencia bajo tutela del Estado.

El cese acordado define asimismo que constituye violación a sus términos, extensión geográfica y tiempos de implementación, protección a civiles (como se detalló en los ceses de Sri Lanka de 2002 y Liberia de 2003 con el apoyo de la ONU).

Los procesos más exitosos ligan finalmente los ceses al contexto general del proceso de paz. Los ceses unilaterales son gestos frágiles que ni siquiera alcanzan a constituir manejo de conflicto (conflict management) y menos aún resolución de conflicto (conflict resolution). Por el contrario, aquellos correctamente diseñados y ejecutados como el de Chipre fueron tan exitosos que la paz no vino a llegar sino décadas después. En El Salvador el cese ocurrió un mes antes de la firma de la paz en 1992.

¿Por qué no acudir a los Principios de Mitchell -así conocidos hoy en la academia- sobre cese negociado, introducidos por el exsenador norteamericano George Mitchell en Irlanda del Norte en 1996? Se trata de seis dispositivos, entre ellos verificación y monitoreo, y erradicación definitiva de muertes violentas, que sitúan los ceses dentro de parámetros confiables y prometedores.

Proseguir con ceses unilaterales como gestos de buena voluntad que pueden desparecer en cualquier momento, es poner a colgar el proceso de paz de un hilo microscópico. Que se puede romper en cualquier instante porque la opinión pública no está dispuesta a sobrellevar otro incidente como el de Cauca.

Ha habido procesos de paz exitosos post-creación de la CPI y casi todos han incluido ceses acordados. La institucionalidad no peligra: se fortalece ante la paz que despunta con certidumbre.