Juan Daniel Jaramillo Ortiz | El Nuevo Siglo
Lunes, 5 de Octubre de 2015

25 AÑOS DE REUNIFICACIÓN

 La paz que nos enseñan 

Alemania   celebró este fin de semana 25 años de unidad. Su evolución en los últimos 100 años es aleccionadora. Una nación que perdió cerca de 11 millones de ciudadanos en la I Guerra mundial.  En el Tratado de Versalles (1919), que valió por sus cláusulas y no por el comunicado final, como acaba de escribir con agudeza Juan Carlos Pastrana, recibió la humillación del despojo de Alsacia e imposición de reparaciones que vinieron a ser canceladas hace sólo tres años. Poco después aparece Hitler y se ve obligada a padecer el horror de su demente Reich despiadadamente asesino. Pierden su vida 8 millones.

En 1945, Alemania era un país exhausto y destruido. Con su fibra nacional rota, divisiones profundas y sólo una luz de esperanza tenue que alumbraba en el horizonte distante. Stalin, además, le exigía desde 1942 una cuota adicional como castigo, fijada en Yalta en un mínimo de 100.000 sentenciados (entre ejecutados y condenados a cadena perpetua). Churchill se opuso discretamente. No era tiempo, al fin y al cabo, para confrontaciones adicionales.

De regreso en Londres, el Primer Ministro se concentró en estructurar la Carta de Londres, en consulta con su sucesor Clement Attlee, fundamento del Tribunal de Crímenes de Guerra que operó en Nuremburgo. Sólo una aproximación prospectiva e inter-generacional a la paz que taponara el ciclo auto-sostenido de confrontación y muerte podría dar nueva dirección a Alemania. Tomadas por Ernest Bevin, secretario del Foreign Office y sus asesores las convenciones de La Haya de 1899 y 1907 se configuraron los delitos supremos contra la humanidad y las leyes de la guerra. Se iría por los determinadores primeros.

Mucho antes del experimento exitoso de justicia restaurativa de África del Sur y el fracasado de Congo, la mente genial de Churchill entendió que la primacía del enfoque punitivo garantizaría, no paz sino guerra perpetua. El secretario de Estado de EE.UU., Cordell Hull, anunciaría, por su parte, que se trataba de un juicio para la historia.

La Segunda Guerra no fue un episodio normal y recurrente en la civilización contemporánea. Por fuera quedaron las aproximaciones legales reduccionistas que ubican los crímenes cometidos dentro del rango de comunes. La magnitud de la conflagración no podía reclamar penalidad proporcional porque esto produciría más conflagración. Lo entendieron con grandeza Churchill y F.D. Roosevelt.

Se requería la reconstrucción material y restauración pronta de los vínculos de la sociedad. Vino la inmediata fundación del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (actual Banco Mundial) cuyo objeto primigenio fue la reconstrucción europea. Un esfuerzo de restauración por vía de ayuda económica que encontró terreno fértil en capital humano óptimo.

Nuremburgo es la base de los posteriores tribunales para la Antigua Yugoslavia y Ruanda de la ONU y los especiales que han operado para Sierra Leona, Camboya y Líbano. De la Corte Penal Internacional parte también de la ONU, no rueda suelta global. Estos tribunales no han sido despachadores oficiosos de sentencias animadas por principios de proporcionalidad entre número de víctimas, sentenciados y número de años de restricción de libertad para responsables. Ni el Tribunal para Antigua Yugoslavia ni Ruanda han pasado de los 80 sentenciados, después de decenas de miles de muertos.

La CPI sólo ha sentenciado dos personas, ambas de nacionalidad congolesa. En Congo se adelantó un esfuerzo de justicia restaurativa que se ahogó finalmente en medio de pusilanimidad y falta de grandeza de las fuerzas políticas domésticas. Por esta razón entró la CPI, que se rige por el capítulo VII de la Carta de la ONU que trata sobre la paz y la seguridad internacionales. El Acuerdo de Justicia firmado con las Farc es justicia restaurativa pura. No debe dar miedo anunciarlo con grandeza al mundo.