JUAN DANIEL JARAMILLO ORTIZ | El Nuevo Siglo
Lunes, 9 de Abril de 2012

Nunca más de Yugoslavia

SE han recordado 20 años del inicio de la guerra en Bosnia. Sarajevo quiso conmemorar con símbolos elocuentes una conflagración que dejó más de 100.000 muertos, 50.000 mujeres sexualmente abusadas y 2 y medio millones de desplazados.  El brutal sitio bélico a que fue sometida Sarajevo sólo tiene parangón en la época medieval.

El pasado Viernes Santo -también día de liberación de la ciudad en 1945-, siguiendo un programa pensado por el director de cine Haris Pasovic, quien produjo con Susan Sontag Esperando a Godot de Samuel Beckett durante el sitio, se dispusieron 11.541 sillas rojas vacías a lo largo de calles y callejuelas entapetadas en color rojo candente.

Altoparlantes colocados en diversos puntos dejaron oír a lo largo y ancho de la ciudad las notas fúnebres de obras de Purcell, Gynt, Fauré y Verdi. Para cerrar,  Pavana para una Infanta Difunta de Ravel. Y al caer la tarde de primavera,  todavía friolenta,  explosión de música jubilosa con obras de Poulenc, Borodin, Strauss y epílogo majestuoso con la suite Esquina de los Niños de Debussy y Gloria de Vivaldi.

Durante una semana, hasta la de Pascua, se busca evocar la memoria de miles de víctimas, entre ellas una pareja adolescente, ella bosnia y musulmana, él serbio y católico, cuyo sueño fue aniquilado por el odio ciego.  También, explorar racionalmente, en mesas de trabajo reflexivo convocadas por universidades e instituciones de investigación, los perfiles múltiples de la guerra. Víctimas -en lugar de preeminencia-, líderes, participantes en procesos de juzgamiento y recuperación, jóvenes post-conflicto y estudiosos del fenómeno, son invitados -y estimulados- a analizar y prospectar sin limitaciones.

¿Nació durante casi 50 años una cultura yugoslava que pueda servir de puente entre las nuevas repúblicas? ¿Qué son los Balcanes hoy después de constituir un concepto geográfico incierto? ¿Es posible hablar aún de pan-eslavismo del sur como lo pretendió Tito? ¿Cuál ha sido el efecto político y social de los procesos en el Tribunal Criminal Internacional para la antigua Yugoslavia? ¿En qué lugar del cuerpo social se ubica el origen de la tensión supérstite en Kosovo?

Los Acuerdos de Paz de Dayton (1995) formalizados en París se concentraron en la creación de dos grandes entidades territoriales y la culpabilidad penal.  Más de tres lustros han pasado y el objetivo de largo alcance es la paz interna y transfronteriza dentro de un conjunto de naciones que, pese a las distinciones ficticias aprovechadas por personajes como Milosevic, hablan una misma lengua serbo-croata.

Tito, el macedonio que concretó el sueño yugoslavo que abrazaron intelectuales tanto bosnios como serbios en el siglo XIX, se ha convertido en icono popular. Su fotografía cuelga hoy en cafés, restaurantes y librerías, evocando ya no la imposible unidad política, pero si -pienso yo- la realidad de una cultura yugoslava florecida durante medio siglo en expresiones diversas, entre ellas la música pop (rock, jazz, nueva ola) que se dejó sentir este viernes de memorias y paz.

Tito como también Srebrenica, Prijedor y Omarska parecen ser aglutinantes de un concierto regional de países unidos tanto por el pasado cultural como por las heridas profundas del genocidio y los crímenes monstruosos. No hay -no parece haber- recriminaciones colectivas que sirvan de fermento a enfrentamientos futuros sino la vergüenza -sobre todo en la nueva generación- que lacera sin clemencia al conjunto de Estados que ingresa hoy como envión final a una entidad política supranacional, la UE, que enarbola la bandera del respeto a la vida como insignia vital. La antigua Yugoslavia es en Europa el doloroso teatro de un nunca más.