JUAN DANIEL JARAMILLO ORTIZ | El Nuevo Siglo
Lunes, 16 de Abril de 2012

El espejismo de la legalización

 

Quienes proponen o respaldan la producción, distribución y consumo de estupefacientes se entretienen con imposibles políticos internacionales y pasan por encima de evidencias inocultables. No habrá en EE.UU. en el corto, en el mediano ni en el largo plazo una decisión política que favorezca la legalización. Y los países que la han experimentado echan hoy camino de reversa. Es sorprendente por decir lo menos que sea un expresidente de la República, cuya información se presume óptima, quien abandere el estropicio. Ahondar en imposibles dilata soluciones realistas y agrava el problema. Es una irresponsabilidad propia de la frialdad e insensibilidad de ciertos dirigentes.

¿Se sabrá que el propio Gobierno de los Países Bajos se permitió en mayo de 2011 asociar criminalidad con puntos de venta de narcóticos? ¿Habrá llegado la noticia de que la municipalidad de Amsterdam ha ordenado el cierre de 26 de los expendios entre septiembre 1 de 2012 y agosto 31 de 2015? ¿Mediará un análisis de los cambios rotundos de la política de las autoridades suizas en el tema? ¿Estará antecedida la idea paradisíaca que lidera el expresidente Gaviria de un análisis comparativo que incluya experiencias exitosas como la llevada a cabo hoy en Portugal?

Veamos: una obra reciente Drug Policy and the Public Good (Oxford University Press, 2010) compila los trabajos de profesores e investigadores de Stanford, Simon Fraser y Uyo (Nigeria), de directores de centros especializados tales como el Centro Nacional de Adicciones (Reino Unido), Centro para la Adicción y Salud Mental  (Canadá) e Instituto Noruego para la Investigación. El enfoque actual supera la óptica pro legalización para centrarse en el ingente peso público que entraña una política cabal y comprensiva que focalice el problema como enfermedad que provoca inhabilidad y ahonda un problema social. Es crucial fortalecer así el vínculo entre ciencia y política de drogas.

Es necesario variar la perspectiva e introducir la noción de salud pública. Las campañas preventivas suponen gigantescas apropiaciones presupuestarias que deben hacerse pues se encuentra en el camino capital humano y productivo de un país. Trabajar sobre el consumo es la clave, el reto gigante, y en ello viene fallando EE.UU. Mientras haya demanda habrá oferta como lo prueba la producción de drogas sintéticas.

Y es imperativo abandonar la ficción -mentira desvergonzada- según la cual la legalización reduce y elimina finalmente criminalidad. Equiparar expendio y consumo de narcóticos con el de alcohol y tabaco es incorrecto como queda claro en centenares de estudios. Los costos asociados con la legalización representarían entre US$ 250 y 300 billones en sólo EE.UU., según varios estudios. El profesor de historia económica de Yale, David F. Musto, lo ha repetido: a menos que las drogas sean legalizadas para todo el mundo, incluidos menores de edad, la venta ilegal y la criminalidad paralela, continuarán.

La drogadicción es un cáncer social y como las enfermedades invasivas exige una batalla permanente. Contemporizar significa la prolongación del mal, su agravamiento y el final. Es lo que se ha experimentado en todos los sitios donde se ha instituido la legalización. La humanidad es esencialmente falible y las dolencias se perpetuarán mientras que subsista. El alcoholismo, el tabaquismo y la drogadicción existen desde tiempos inmemoriales y con nosotros seguirán. Se trata de minimizar su impacto negativo. Lo que la legalización ha hecho es aumentar la drogadicción. A disminuirla se tienen que enfilar todas las fuerzas sociales pero sobre todo la voluntad política de gobernantes.

juan.jaramillo-ortiz@tufts.edu