El Estado según Krugman
Detrás de la crisis europea y del letargo norteamericano se levanta el dedo acusador que apunta al desorden fiscal. Y en medio de una situación que muestra cierto perfil apocalíptico, Paul Krugman se adentra una vez más en el debate con la publicación de su nuevo libro End this Depression Now (W.W. Norton, 2012). Para algunos se trata de la repetición de admoniciones de la tediosa Casandra que algunos ven en sus disecciones crudas de la realidad económica contemporánea.
No ha sido el desborde fiscal per se lo que llevó a las economías griega, portuguesa, irlandesa y española a tocar fondo. Se dan activadores múltiples, originados tanto en factores coyunturales como sociológicos, pero hay uno constante en cada escenario nacional: el fenómeno de desregulación nacido durante la revolución reaganiana en la década de los ochentas.
Krugman vuelve sobre la Gran Depresión de 1929 para recordar que su causante más poderoso fue la ausencia de regulación bancaria. Como respuesta, la Ley Glass-Steagall (1932) instituyó salvaguardas dentro de los mercados financieros, creando barreras claras entre actividad bancaria comercial y de inversión. El puntillazo final a Glass-Steagall fue la Ley Gramm-Leach-Bliley (1999) que en aras de modernizar los mercados financieros levantó buen número de restricciones.
El movimiento de desregulación se expandió como verdad pública irrebatible en todas las regiones del mundo: Japón, India, la U.E., América Latina. Alemania fue uno de pocos países que conservó en su puesto institucional una estructura regulatoria fuerte y minuciosa.
Krugman refuta en su último libro que la desregulación haya sido la causa de la aceleración del crecimiento durante los últimos treinta años. Y profundiza en su tesis de que la desaceleración europea tiene origen, de un lado prioritario, en factores financieros y, de otro, en política fiscal inapropiada.
Enmohecido keynesianismo o no -nos recuerda Krugman- lo que es válido para un individuo no lo es para la sociedad en su conjunto ni la palabra deuda es en sí misma nociva: “La deuda es el pasivo de una persona pero también el activo financiero de otra. Así, no empobrece necesariamente a una sociedad. El verdadero peligro con la deuda ocurre cuando muchas personas son obligadas a saldarla a un mismo tiempo. Altos niveles de deuda nos hace vulnerables a la crisis cuando la espiral destructiva se concentra en un mismo período y se termina así con ingresos irrisorios o nulos y la relación deuda-ingreso crece”.
El sector bancario y financiero ha llevado a condiciones prestatarias laxas como se evidencia en España, Portugal, Irlanda, Emiratos Árabes o Estados Unidos. Miles de metros cuadrados de construcciones ociosas son prueba de mecanismos crediticios incorrectos. Como son las remuneraciones extravagantes, por fuera de cualquier medida sensata, obtenidas por banqueros de inversión en la City londinense, Nueva York, Bangalore o Madrid.
La hipótesis de la eficiencia mágica de los mercados esconde falibilidad humana y propensión al abuso cuando están ausentes regulaciones. Y la política fiscal aplicada con media tinta no funciona.
El estímulo fiscal de 800 billones de dólares inyectado por la administración Obama terminó en sólo 250 destinados a construcción de infraestructura, cifra ínfima para una economía que produce cerca de 15 trillones anuales en bienes y servicios. Alemania, ejemplo de disciplina, no ha dudado nunca en acudir a estímulo fiscal focalizado y cuantificado en términos de aceleración del crecimiento.
Krugman nos recuerda que el secreto se encuentra en la percepción exacta de las herramientas económicas y su aplicación ponderada. También que la presencia y el activismo inteligente del Estado es insustituible y productivo. Para esto existe…