Aunque vivimos todo el tiempo en medio de la incertidumbre, solamente hasta hace relativamente poco tiempo hemos ganado consciencia sobre ella. La Relación de Indeterminación de Heisenberg aplica para todo en la vida.
La naturaleza tiene límites. Sí, aunque desde la psicología positiva nos abrumen con la promesa de vivir una vida sin límites, que ellos solo están en la cabeza, lo real y concreto es que las limitaciones sí existen. En el caso de la incertidumbre, la limitación consiste en que no es posible determinar en forma simultánea la posición y la velocidad de una partícula. Esto, que es observable a escalas diminutas de la materia, parece imperceptible en la vida diaria. Sin embargo, gracias al Principio de Incertidumbre podemos reconocer que los determinismos no existen, que al menos esta parte de los multiversos no funciona como un reloj, sino que hay cosas que se escapan al control. El correlato espiritual de este asunto es el libre albedrío: aunque hayamos firmado un contrato sagrado antes de encarnar, en esta vida lo podemos cumplir o no. ¡Ni siquiera en ello hay control! Solo, verificación de aprendizajes.
¡Ay, pero estamos acostumbrados a controlar todo! Hay procesos lineales que se pueden controlar, como una línea de producción, o la educación bancaria, esa que solo deposita conocimientos en los estudiantes sin favorecer análisis ni síntesis. Hay normas de calidad y estándares de cumplimiento, pero la existencia misma escapa al control. De allí las frustraciones que produce el anhelar que la vida sea como queremos y no como es. Con estas dos noticias inesperadas, que sí existen los límites, -como la membrana celular o la piel- y que el control es escaso y transitorio -como en la línea de ensamblaje, la incertidumbre nos invita a nuevas dinámicas relacionales, con nosotros mismos, como los otros y con el Todo. La sociedad está llena de controles, lo cual responde al menos a una razón elemental: sin ellos, los seres humanos nos desbocaríamos (más). De allí que en todas las culturas existan normas, que como ya hemos atestiguado no son inamovibles en el tiempo: a los indígenas no se les consideraba humanos, pues no se sabía si tenían alma, y estaban “controlados” en resguardos. Las mujeres no podían votar, pues se les consideraba inferiores a los hombres, y estaban “controladas” en el hogar. Las parejas del mismo sexo no se podían casar, dadas los constructos culturales sobre lo que es un matrimonio, y estaban “controladas” en el clóset.
A medida que expandimos nuestra consciencia los controles se van modificando y algunos no son necesarios. Si los controles funcionaran, no habría corrupción, tráfico de drogas, asesinatos… Los controles son relativos, pues están amarrados a la incertidumbre. Los humanos queremos eliminarla, pero a lo sumo la podemos acotar transitoriamente. Ello es sano, siempre y cuando tengamos claridad en que no todo va a salir como queremos. Entonces, ¿qué hacemos cuando las cosas no resultan a nuestra manera? Mi respuesta ante ello es aprender: a asumir el cambio, a salir de nuestras zonas de confort, a fluir con lo que llega. Ya que no podemos escapar a la incertidumbre, podemos jugar con ella. ¡Divirtámonos!