Un maestro ha partido de regreso a casa. Payancito, gracias por tu legado, tu amor a la humanidad. Gracias por tu desobediencia vital.
Puedo resumir en dos palabras lo que aprendí con el Dr. Julio César Payán, maestro mío en el doctorado en Educación de la Universidad De La Salle de Costa Rica: responsabilidad y libertad. La responsabilidad de asumir mis procesos de salud y enfermedad, la cual implica un diálogo permanente con mi cuerpo -el lugar transitorio por el que navegó en esta vida- y un diálogo con los síntomas de las enfermedades que hago, para comprenderme mejor, para profundizar más acerca de la vida. La libertad de decidir sobre mi cuerpo y las maneras que elijo para permanecer el mayor tiempo posible en estados de salud integral. Aprendí con este médico maravilloso a dejar de ser paciente para ser actuante, a abrir nuevos caminos de consciencia, tanto en lo individual como en lo colectivo. Aprendí que la enfermedad tiene un profundo sentido existencial, que ella no ocurre por casualidad, sino que la hago como parte de un proceso misterioso y expansivo que me permite, si así lo decido, ampliar mis posibilidades de ser y estar en el mundo.
Payancito, como lo llamaba tanto con cariño como con admiración y respeto, tenía un pie en la ortodoxia médica y otro en la magia y el poder de la alternatividad. Gineco-obstetra, servidor social, profesor universitario, maestro y mago, el Dr. Payán permitió que varias generaciones de médicos -en Colombia y muchos otros lugares del mundo-, así como de aprendientes de otras disciplinas, ensancharan las fronteras de su vida y su oficio, desde el marco de la complejidad, la valoración de la experiencia subjetiva, la importancia del sistema total, así como el diálogo de saberes e ignorancias, pues todo ello es parte fundamental de la vida. “La ortodoxia, la racionalidad cartesiana, necesita renovarse y aceptar la existencia de otras racionalidades y de otras posibilidades… A pesar de ese choque inicial de ortodoxia versus alternatividad… lo que importa y lo que queremos es la interlocución, que se establezca cómo entienden y cómo viven el devenir, que una y otra se enriquezcan, y que como dos amigas puedan reírse, puedan contarse sus dudas, aceptar sus falencias e ignorancias, que son muchas; que no nieguen la incompletitud, que acepten el misterio de la vida como algo cotidiano y mágico, presente en muchos de nuestros actos y encuentros diarios”.
Gracias por la ampliación de los paradigmas científicos, por el reconocimiento de diferentes culturas médicas. Este es un homenaje alegre, pues también le agradecí en vida y desde esta vida soy actuante. Payancito: te lanzaste al vacío y se extendieron tus alas.